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jueves, 17 de septiembre de 2015

Verbitsky: Con Dios y con el Diablo

El presidente del Cels y su trabajo para la aeronáutica durante la dictadura militar entre 1978 y 1982
“Hemos vencido con las armas. Mostremos también que nuestras almas no se han contaminado con la pestilencia que debimos limpiar”
Brigadier Orlando Ramón Agosti, comandante en jefe de la Fuerza Aérea y miembro de la Primera Junta de Comandantes de la dictadura militar, 25 de enero de 1979 en Córdoba, al poner en funciones a su sucesor en la Fuerza Aérea y en la Junta Militar, Brigadier Omar Domingo Rubens Graffigna.

“Estamos unidos en sociedad por las grandes coincidencias del amor a Dios, a la Patria, a la Libertad, a la Propiedad, a la Justicia, a la Paz, Derecho y al Orden, que son los grandes valores aglutinantes cuyo culto permitirá que se mantenga indestructible la unidad de nuestra Patria, de nuestros hogares, y de nuestras familias, todavía no afectadas en sus partes vitales por el cáncer de la disolución totalitaria que las Fuerzas Armadas hemos venido a extirpar”.
Horacio Verbitsky, manuscrito para un discurso de Graffigna en ocasión del Día de la Fuerza Aérea, 10 de agosto de 1979.
Susana Viau, esa gran periodista, algo sabía. En su última columna antes de morir, publicada el 17 de marzo de 2013, a propósito del desconcierto que, en corta sucesión, la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez y la elección del cardenal Jorge Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica, provocaron en el gobierno de Cristina Fernández, escribió:
Hace apenas una semana se dijo desde esta columna que la Presidenta estaba perdida en el escenario internacional. Muerto Hugo Chávez, su valedor, su papel se esfumaba en el bloque regional (……) Al mismo tiempo, la posibilidad de que fuera Jorge Bergoglio el elegido la dejaba frente a una dura realidad: “Con la Iglesia hemos topado” (…..) El cristinismo tenía su pesadilla, el hombre que sin oponerse al Gobierno se oponía a sus prácticas y por eso había sufrido el desprecio kirchnerista, que le daba la espalda a sus homilías. Dijeron, a modo de proscripción, que su pasado era Guardia de Hierro. ¿Y el del consejero favorito de los patagónicos, Juan Carlos el Chueco Mazzón, no? Se dijo también que había colaborado con la dictadura, ¿acaso Alicia Kirchner no?; el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel negó el colaboracionismo bergogliano. La ex defensora de Horacio Verbitsky, Alicia Oliveira, también. Los Kirchner, en ese plano, no eran una voz autorizada haciendo una fortuna gracias a la 1050, en aquel contexto un pecado capital. En cualquier caso no fue la mano de Bergoglio la que escribió para que Orlando Ramón Agosti pusiera en funciones al brigadier Graffigna: “Hemos ganado la batalla de las armas, que ellas no se contaminen de la pestilencia que vinieron a limpiar”. Algún día, tarde o temprano, se sabrá quién fue el autor de semejante brutalidad.

Pues bien, a casi 40 años de los hechos y poco más de dos del texto de Viau, podemos afirmar con certeza que el cerebro y la mano detrás de “semejante brutalidad” fue Verbitsky, escriba permanente, junto al comodoro Juan José Güiraldes y otro colaborador de nombre Pedrerol, de los discursos de los comandantes en jefe de la Fuerza Aérea.
Verbitsky gozó de la protección de Güiraldes, un militar retirado pero muy ligado a las fuerzas armadas e “intelectual orgánico” de la dictadura, sobre la cual tuvo una fuerte influencia.
Insuficiente para encarrilarla, como quería, en la represión legal de la llamada “subversión”, pero suficiente para proteger a Verbitsky, ex miembro de Inteligencia de Montoneros, gestionar la liberación y salida del país de algunos militantes revolucionarios detenidos por hechos de sangre y actuar como consejero de la alta oficialidad militar y organizador y anfitrión de importantes eventos del “Proceso de Reorganización Nacional”.
En los 14 meses que llevamos trabajando en la biografía no autorizada de Verbitsky hemos constatado esa protección, que se manifestó muy tempranamente, al punto que el hoy presidente del CELS pasó las semanas posteriores al golpe militar del 24 de marzo de 1976 “guardado” en la Estancia “La Santa María”, en San Antonio de Areco, como nos confirmaron a lo largo de la investigación tres fuentes independientes entre sí.
Fue en esa Estancia donde Pedro Güiraldes, uno de los hijos del comodoro, encontró a fines de abril pasado un manuscrito de 34 páginas, cuya autenticidad pudimos confirmar mediante peritajes caligráficos que contrastaron aquellos textos con manuscritos de autoría “indubitable” de Verbitsky, el mismo que, a principios de este mes, abrió la cacería kirchnerista del juez de la Corte Suprema de Justicia Carlos Fayt.

Una segunda revisión a los voluminosos archivos que Güiraldes, quien murió en 2003, dejó en su estancia de Areco, nos permitió descartar la versión Heidi que Verbitsky brinda de sus años en la dictadura y del carácter de su relación con la Fuerza Aérea.
Por empezar, pudimos confirmar la autenticidad de las Memorias del Instituto Argentino de Historia Aeronáutica Jorge Newbery, un “alter ego” del Comando en Jefe de la Fuerza Aérea, de cuyo financiamiento dependía casi por completo, que indican que Verbitsky firmó un contrato por el que recibió durante 6 meses una retribución mensual de 700.000 pesos (a valores de hoy, unos 40.000 pesos al mes) entre octubre de 1978 y marzo de 1979. La contratación fue autorizada y pagada con un subsidio directo del Comando en Jefe. La reunión del Instituto donde se informa del contrato con Verbitsky fue el 5 de octubre de 1978. Al día siguiente, la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA) de la Fuerza Aérea secuestró a Patricia Roisinblit y a su esposo, José Manuel Pérez Rojo, ambos militantes de la “Columna Oeste” de Montoneros. La RIBA tuvo como epicentro el centro clandestino de detención y tortura “Mansión Seré”, en Castelar, a cargo de la Fuerza Aérea. Roisinblit y Pérez Rojo fueron luego derivados a la ESMA, el principal centro de detención y torturas de la Armada, y al día de hoy continúan desaparecidos.

Documentos posteriores precisan también que Verbitsky firmó un nuevo contrato en marzo de 1981, indicativo de que su colaboración con la Fuerza Aérea se extendió durante al menos cuatro años, entre 1978 y 1982.
Para entonces, el Instituto había sumado a los subsidios que recibía del Comando en Jefe los del Banco de la Ciudad de Buenos Aires, por gestión de uno de sus directores, el Brigadier Roberto Bortot.
Güiraldes no fue, como pretende hacer creer Verbitsky, un militar retirado lejano a la cúpula de la dictadura. Sus archivos muestran intercambio epistolar y gestiones exitosas, que le permitieron en algunos casos salvar vidas, con altos jerarcas de la dictadura.
En la misma estancia de Areco donde estuvo “guardado” Verbitsky se realizó, en noviembre de 1978, una recepción y homenaje a Juan Carlos y Sofía, los reyes de España, a la cual asistieron, entre otras figuras del gobierno militar, el ministro del Interior, general Albano Harguindeguy y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, general Ibérico Saint Jean, uno de los jefes militares más sanguinarios, a quien se puede ver en varias fotos en amable charla con Güiraldes.
En mayo de 1979, semanas después de que Verbitsky completara su primer trabajo para el Instituto Jorge Newbery de la Fuerza Aérea y mientras se imprimía la obra “El Poder Aéreo de los Argentinos” -que en una carta a “Horacito”, como lo llamaba, el comodoro Güiraldes llama “nuestro libro”- a la Estancia también concurrió, como parte de su “visita oficial” a la Argentina, el director del Servicio de Inteligencia de Arabia Saudita, Turki Bin Faisal al Saud.
En noviembre del mismo año fue el turno del canciller árabe, Saud bin Faisal bin Abdulaziz Al Saud. Turki y Saud son hermanos de padre y madre y forman parte del poder permanente de Arabia. Turki fue luego embajador en EE.UU. y Saud, que asumió en 1975, lleva 40 años como canciller del reino Saudita.
Esas visitas y homenajes estaban lejos de ser excentricidades de Güiraldes, un cultor de la literatura y las tradiciones gauchescas. Rendiciones de gastos posteriores muestran que tenían financiamiento oficial. Esto es, eran actos de gobierno. Uno particularmente significativo fue la Conferencia de Jefes de Fuerza Aérea de las Américas (Conjefamer), realizada en La Santa María el 14 de abril de 1982, apenas doce días después de que las fuerzas armadas argentinas retomaran el control temporal de las Islas Malvinas.
La derrota militar en Malvinas fue, precisamente, el momento que eligió Verbitsky para reaparecer “en público” y volver a incursionar en el periodismo.
La historia de esos zigzagueos y desmemorias y también la de las mejores páginas de Verbitsky, como implacable denunciante de las violaciones a los Derechos Humanos cometidos durante los años de la dictadura y de la corrupción en los años del menemismo, es la que contaremos con mayor detalle en su biografía no autorizada, de próxima aparición.

Nota de la redacción: Gabriel Levinas intentó en varias oportunidades una entrevista con Horacio Verbitsky pero el presidente del CELS se negó a hacerla personalmente. Solo accedió a algunas respuestas por mail a través de su secretaria para el libro que estamos escribiendo.
En los últimos correos se le mencionó la existencia de la documentación existente, parte de la cual está en el presente adelanto del libro para conocer su opinión.Lamentamos que HV no haya tenido la voluntad de aclarar o explicar la documentación que acompaña esta nota.

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