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lunes, 27 de abril de 2015

Cómo se criaba a los niños en la antigua Grecia

En sus primeros años de vida los niños quedaban al cuidado de las mujeres de la casa, dedicados a toda clase de juegos
Por Manuel Albadalejo. Doctor en Historia., Historia NG nº 134
Los griegos de la Antigüedad se preocupaban por los niños desde el mismo momento en que la futura madre sabía o sospechaba que estaba embarazada. Para que el parto no tuviese problemas, el filósofo Platón recomendaba a las gestantes hacer ejercicio, mientras que su discípulo Aristóteles las animaba a alimentarse de manera adecuada. Llegado el momento del nacimiento, la costumbre griega prescribía que únicamente otras mujeres acompañasen a la parturienta. En una comedia de Aristófanes titulada Asambleístas, la protagonista, Praxágora, justifica a su marido su ausencia en una determinada ocasión debido a que estaba ayudando a una amiga durante su parto. Era excepcional que un hombre –ni siquiera el esposo– estuviese presente en ese momento. En cuanto al lugar donde se daba a luz, el más adecuado era el gineceo o zona de la casa reservada a las mujeres, ya que solía ser la más resguardada y servía para mantener la privacidad del momento.
A los cinco días del parto se celebraban las Anfidromias, una fiesta familiar en la que el padre corría alrededor del fuego doméstico con su hijo en brazos, mostrándolo a sus parientes. Era entonces cuando le daba el nombre, que generalmente era el mismo que el del abuelo. Las familias más acomodadas organizaban unos días después una celebración más solemne, que incluía un banquete y un sacrificio.
Más tarde aún, en Atenas y en otras comunidades jónicas, tenía lugar la presentación en sociedad del recién nacido con motivo del festival de las Apaturias, que se celebraba anualmente hacia octubre o noviembre. Todos los ciudadanos varones se reunían en unas asociaciones hereditarias llamadas fratrías y, durante el tercer día de las Apaturias, los varones que habían nacido durante el último año eran registrados de forma oficial en presencia de los miembros de la fratría. No se sabe con certeza si las niñas eran igualmente registradas.

El ideal del hijo único

En la tradicional sociedad griega se valoraba más tener un hijo que una hija; el varón estaba mejor considerado porque se pensaba que podría ayudar a la economía familiar de forma más decisiva que una chica. Asimismo, en el mundo griego eran especialmente apreciados –se les consideraba un regalo divino– los hijos únicos, los primogénitos o los que nacían de padres mayores, puesto que estos últimos podrían estar atendidos por un familiar directo durante sus años de vejez.
En Atenas, hasta los seis años de edad niños y niñas pasaban la mayor parte del tiempo dentro del gineceo, en compañía de las mujeres de la casa. Platón dedicó cierta atención a escribir sobre los juegos infantiles, ya que pensaba que tenían una gran importancia para moldear la personalidad y el desarrollo del talento individual. Recomendó, por ejemplo, que un niño que en el futuro tuviese que ser campesino o albañil practicase con juguetes relacionados con su actividad como adulto. Por su parte, Aristóteles recomendaba que los niños que todavía estaban con las mujeres en el gineceo no recibiesen ninguna enseñanza ni realizasen esfuerzos físicos; en lugar de eso, había que animarlos a que sus juegos «imitasen las actividades serias de la vida futura». Sin embargo, esta estricta educación moral no era la regla. Los niños griegos se entretenían con los típicos juegos infantiles, como el de «la gallinita ciega», que los griegos llamaban «la mosca de bronce». En él, el niño que tenía los ojos tapados había de atrapar a sus compañeros al tiempo que decía: «Voy a cazar una mosca de bronce». Los amiguitos lo rodeaban dándole manotazos y gritando: «Vas a cazar, pero no pillarás nada».

La autoridad del padre

Las madres desarrollaban una relación muy estrecha con sus hijos, pues eran ellos los que justificaban su papel en la comunidad familiar. Eso no significa que pecaran de «sobreprotectoras». En el caso de Esparta, las madres presionaban a sus hijos a que cumplieran sus deberes militares hasta la muerte; «[vuelve] con él o encima de él», les decían al entregarles el escudo antes de partir hacia el combate; quizá por eso las nodrizas espartanas eran muy apreciadas en toda Grecia. En cambio, la relación con el padre era más distante. No es casual que éste llamara al hijo pais, el mismo término que se utilizaba para los esclavos, reflejo de la autoridad absoluta que el padre de familia ejercía sobre su heredero; las mujeres, en cambio, llamaban a sus hijos teknon, «criatura». Con el tiempo, sin embargo, la disciplina paterna se hizo bastante laxa. Por ejemplo, hacia 420 a.C., en la comedia Las nubes, de Aristófanes, se presentaba a un anciano llamado Estrepsíades que se quejaba de que su mujer lo estaba arruinando por permitir que el hijo de ambos comprase caballos extremadamente caros.
Por otra parte, a partir de los seis o siete años los niños empezaban a ir a la escuela y quedaban entonces bajo la autoridad de un tutor o «pedagogo», aunque hubo escritores, como Jenofonte y Plutarco, que recomendaron que se contratase a estos pedagogos tan pronto como finalizase la lactancia y el pequeño comprendiese el habla. El pedagogo acompañaba al niño a la escuela, pero a menudo también ayudaba en la formación del pequeño. Plutarco señaló que el pedagogo ideal tenía que ser serio, digno de confianza, griego y sin defectos físicos, pues decía que «si vives con un lisiado, aprendes a cojear».

Niños divinizados

Es destacable el papel que los niños tuvieron en la religión griega, sin duda porque simbolizaban la pureza y este valor era fundamental para entrar al servicio de un templo. Los coros infantiles fueron un elemento fundamental dentro de las celebraciones religiosas; diez coros de cincuenta niños cada uno competían en las representaciones de coros ditirámbicos en el festival ateniense de las Dionisias urbanas. En ciertos cultos los niños llegaron a servir como celebrantes; sabemos que tanto en Patras como en Egira, la sacerdotisa de Artemisa debía ser una doncella por debajo de la edad de contraer matrimonio, y en Egio, en el Peloponeso, el sacerdote de Zeus era elegido, en origen, entre los niños que habían ganado un concurso de belleza. Junto a la pureza y a la belleza, el hecho de ser niño solía conllevar otro beneficio ritual dentro de la religión griega: no estar contaminado con la cercanía de la muerte. Por ese motivo, los niños que cortaban las ramas de los olivos sagrados con que se confeccionaban las coronas de los vencedores olímpicos eran amphithaleis, es decir, aquellos cuyos padres no habían fallecido y mantenían, por tanto, el favor divino.
Algunos niños fallecidos en tierna edad fueron venerados en calidad de héroes, seres intermedios entre los dioses y los mortales. Como tales, se les atribuían grandes poderes, quizá porque habían fallecido mucho antes de la edad natural y habían adquirido así un carácter vengativo, como demuestran las tablillas de execración en las que eran invocados. Pausanias narró la historia de Sosípolis, un héroe-bebé que ayudó a los eleos cuando fueron atacados por los arcadios, pues su madre, movida por las visiones que había tenido en sueños, lo entregó a los generales eleos para que lo pusieran a la cabeza de su ejército. Cuando se acercaron los arcadios, Sosípolis se convirtió en serpiente y los puso en fuga.

Para saber más

Así vivieron en la antigua Grecia. R. López Melero. Anaya, Madrid, 2009.
"La educación en Grecia". Historia National Geographic, nº 64.

http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/secciones/9929/como_criaba_los_ninos_antigua_grecia.html#gallery-2



CRISIS ECONÓMICAS DEL ANTIGUO RÉGIMEN Las crisis de subsistencias

Las periódicas crisis de subsistencia tienen que ver con una economía eminentemente agraria y dependiente de la combinación de las malas cosechas y el atraso tecnológico.

El funcionamiento del mercado solía agravar la situación de crisis. La insuficiencia de reservas y el acaparamiento de las mismas en manos de unos pocos poderosos, como miembros de los estamentos privilegiados y arrendatarios de rentas, eran fatales
Las crisis económicas del Antiguo Régimen son conocidas como de subsistencias, harto distintas en causas, características y consecuencias a las de las economías capitalistas. En este trabajo intentaremos estudiar esta cuestión tan importante para el conocimiento de la historia de la época moderna por sus evidentes implicaciones económicas, sociales y políticas, como hemos tenido ocasión de comprobar en distintos artículos sobre motines ocurridos en España en esa larga etapa histórica.
Las periódicas crisis de subsistencia tienen que ver con una economía eminentemente agraria y dependiente de la combinación de las malas cosechas y el atraso tecnológico. Aunque pueden presentarse algunas variantes, las circunstancias solían ser siempre las mismas. En primer lugar, los fenómenos climáticos, como sequías, granizos o inundaciones, así como plagas de insectos (langosta), guerras y devastaciones, provocaban malas cosechas de cereal (trigo). Los sistemas de cultivo y los aperos eran atrasados y daban pocas o nulas alternativas a la caída de la oferta del trigo. Este descenso llevaba a una elevación sustancial del precio del mismo que se prolongaba o agudizaba hasta la cosecha del año siguiente. Si se repetían las malas cosechas la situación derivaba en verdadera catástrofe. Estaríamos ante una grave crisis de subsistencia, afectando a un número variable de personas, pero siempre a muchas.
El funcionamiento del mercado solía agravar la situación de crisis. La insuficiencia de reservas y el acaparamiento de las mismas en manos de unos pocos poderosos, como miembros de los estamentos privilegiados, mercaderes y tratantes de cereal, así como arrendatarios de rentas, eran fatales. El almacenamiento de trigo con fines especulativos, es decir, esperando a que los precios subieran más y más para obtener beneficios, provocaba a su vez una escalada sin freno de los mismos. En una sociedad poco dada a la inversión para mejorar la productividad, sobre todo por las cargas y rentas que soportaban las explotaciones agrarias, este mecanismo del acaparamiento suponía un medio para obtener pingües beneficios.
La subida de precios traía consigo una terrible consecuencia: el hambre, porque muchas personas no podían comprar el grano o el pan. En las ciudades el fenómeno se agravaba no sólo por las dificultades para poder acceder a algunas fuentes naturales de alimentos, sino porque la subida del precio del trigo y del pan arrastraba la de otros alimentos, productos y servicios. Muchos artesanos y comerciantes subían el precio de sus manufacturas y mercancías para intentar compensar con una elevación de ingresos los altos precios del grano. Pero como no subían tampoco al mismo nivel que el del grano los artesanos y comerciantes se arruinaban, con el consiguiente cierre de talleres y negocios, y la pérdida de puestos de trabajo. El número de mendigos se multiplicaba.
Las subidas de precios y el hambre traían una nueva consecuencia: el aumento de la mortalidad, especialmente entre los sectores más humildes y desfavorecidos de la sociedad estamental. No era infrecuente que esta mortalidad tuviera, además, un componente epidémico. La debilidad, junto con la evidente insalubridad, especialmente en el ámbito urbano, eran dos componentes que facilitaban el desarrollo de las enfermedades contagiosas.
La crisis de subsistencias solían provocar otra consecuencia: el aumento de la tensión social, los motines. La población salía a la calle espoleada por algún hecho concreto, como la muerte de alguna persona por hambre, o un encontronazo con una autoridad en un mercado público, para demandar la bajada de su precio, produciéndose asaltos a las casas de las autoridades y, sobre todo, a los almacenes de los acaparadores. Por eso era natural que las autoridades en el Antiguo Régimen intentar prevenir estas crisis de subsistencia o paliar sus efectos. No primaban las motivaciones humanitarias, demográficas o económicas, sino las derivadas de los peligros de que se quebrase el orden público.
En consecuencia, a partir de la Baja Edad Media se establecieron y perfeccionaron distintos medios de intervención por parte del poder en relación con estas crisis de subsistencia. En primer lugar, se crearon pósitos en las ciudades donde se almacenaba el grano comprado por los concejos o municipios para venderlo en momentos de subida de precios y así intentar bajarlos. Estos pósitos también prestaban grano a los productores en buenas condiciones para evitar que la escasez de simiente provocara una futura mala cosecha. También se crearon mercados de grano para controlar y regular la venta del mismo. Una tercera medida era establecer una tasa de precios del grano, es decir, un precio oficial. En caso de emergencia se podía llegar a la incautación o adquisición forzosa de grano al precio de la tasa. Otras medidas pasaban por la prohibición de sacar trigo de un determinado territorio en crisis, o el recurso a la caridad pública o privada.
Un grave problema que tenían las autoridades se daba en las grandes ciudades donde había serias dificultades para mantener el abastecimiento del grano y los alimentos. El caso de Madrid era especialmente grave por ser la sede de la corte y, por lo tanto, un lugar donde había que asegurar la paz social a cualquier precio. Los concejos de las grandes ciudades comenzaron a dedicar crecientes cantidades de recursos para financiar los distintos medios, que hemos estudiado, con el fin de asegurar el abastecimiento de grano.
En todo caso, las crisis de subsistencia fueron difícilmente atajadas, y fueron constantes durante toda la Edad Moderna, manteniéndose, cruzándose con otras más modernas, más capitalistas, durante todo el siglo XIX. Una de las causas era la falta de previsión pero, sobre todo, que algunas medidas de intervención podían ser nocivas. La tasa de gano, por ejemplo, podía provocar un aumento del mercado negro del grano. Los controles de abastecimiento y las prohibiciones de sacar grano de las zonas en crisis podían dificultar que llegara grano a zonas que estaban peor.
Pero la razón principal de la existencia y pervivencia de las crisis de subsistencias está en la propia estructura productiva y mercantil del Antiguo Régimen. La agricultura producía poco y a bajo rendimiento por la estructura de la propiedad, las rentas y la presión sobre los arrendatarios. Además, no había un mercado articulado, tanto por la existencia de aduanas y peajes, como por la insuficiencia de los transportes. El flujo de los cereales de una región a otra era casi inexistente y solamente se daba cuando las diferencias de precios entre unas y otras eran de tal envergadura que podían generar beneficios.
http://www.nuevatribuna.es/articulo/cultura---ocio/crisis-subsistencias/20150404164135114388.html