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sábado, 24 de enero de 2015

PROCESOS JUDICIALES CONTRA ANIMALES

El día 10 de enero de 1457 se administraba justicia en los tribunales de Savigny según los siguientes hechos: “El martes antes de Navidad, últimamente pasado, una cerda y sus seis lechones, al presente presos, fueron cogidos en flagrante delito de asesinato y homicidio en la persona de Juan Martín…
El juez dictó sentencia definitiva de este modo: “Decimos y pronunciamos que la cerda, por razón de asesinato y homicidio por ella cometido y perpetrado en la persona de Juan Martín, sea confiscada para ser castigada y condenada al último suplicio, y ser colgada de las patas traseras de un árbol……respecto a los lechones de la dicha cerda, por cuanto no está probado que comieran del dicho Juan Martín, nos contentamos con devolverlos a su dueño, mediante caución de devolverlos si resulta que comieron de dicho Juan Martín.
La desdichada cerda, conducida por una carretera, fue inmediatamente ejecutada en cumplimiento de la sentencia. Desconocemos si, como se documenta en otros casos, se reunió a todos los cerdos del pueblo para que presenciaran la ejecución, como ejemplo del castigo que les esperaría por actos similares.
Juicio cerdo
Desde la Edad media hasta bien pasado el siglo XVII, los tribunales de justicia no se contentaban sólo con hacer comparecer ante ellos a los delincuentes de dos pies, sino también a las bestias de cuatro patas. El animal autor del delito, ya fuese buey, asno, cerdo o caballo, era detenido, encarcelado y juzgado con todas las formalidades, y si a ello había lugar, era públicamente ejecutado en castigo de sus fechorías. Se les emplazaba y trasladaba ante el tribunal, se les asignaba un abogado defensor, lógicamente de oficio, quien juraba cumplir sus funciones “con celo y propiedad”, se ponían en juego toda clase de procedimientos y recursos jurídicos: sobreseimientos, excepciones dilatorias, prórrogas, vicios de nulidad… Todas las herramientas de la legalidad vigente.
Un joven abogado francés del siglo XIV, Bartolomeo Chassané, en el relato de uno de sus casos en el que defendió a un grupo de ratones, cuenta como logró anular la primera sesión del juicio porque “no se había citado a los acusados en tiempo y forma”. Los ratones eran tan numerosos y vivían tan dispersos por todo el territorio que un solo auto de emplazamiento clavado a la puerta de la catedral no servía para avisarles de la celebración de la vista. Por eso, los sufridos sacerdotes de la diócesis tuvieron que salir nuevamente a los campos, esta vez a leer en voz alta el auto procesal para que los roedores estuvieran avisados.
Otra sentencia fechada en 1519 condenó a unos ratones campestres, culpables de comerse la cosecha, a “desalojar los campos y los prados de la aldea de Glurns dentro de un plazo improrrogable de catorce días, quedándoles vedado el regreso a perpetuidad…” Una plaga de ratones estaban arrasando los cultivos de Glurns (hoy Suiza) y los campesinos ya no sabían qué hacer. Desesperados, decidieron recurrir a la justicia y denunciaron a los ratones. El juez del pueblo, justo y coherente donde los haya, admitió la denuncia a trámite, fijó el día del juicio para el 28 de octubre y, además, nombró un abogado defensor. Lógicamente, se celebró el juicio en ausencia de reo… Fueron acusados de destrozar las cosechas de los demandantes, se aportaron las pruebas, se escucharon los alegatos, de la acusación y del abogado defensor, y se leyó la sentencia por el juez. Sin embargo, lo más curioso de la sentencia es que se mostraba cierta indulgencia con algunos de esos ratones condenados, en consonancia con la práctica judicial de aquella época, que confería a las mujeres embarazadas y a los niños determinados privilegios. Así continúa la sentencia: “…en el caso de que algunas hembras entre dichos animales se hallasen preñadas, o fuesen incapaces de emprender el viaje por su corta edad, para dichos animales se asegurará protección durante otros catorce días.” ¿Se quedaron? ¿Obedecieron la orden de expulsión? Lo ignoramos.
Los juicios masivos no eran extraños. En el año 1300, en Inglaterra, una bandada entera de cuervos fue condenada porque, en el interrogatorio, los jueces no pudieron distinguir los gritos de los culpables “de aquellos que defendían su inocencia”, así que condenó a todo el grupo, por si las dudas. En este caso, los procesados sí estaban presentes.
Un gato de Maine fue encarcelado en una jaula por un mes, por “cortejar sin autorización” a una linda gatita cuya dueña era muy moralista.
Y un perro fue condenado como cómplice de un salteador que lo había entrenado para robar bolsas y comida. El salteador perdió, por ladrón, la mano derecha, pero el perro recibió más clemencia “por su buena naturaleza” y porque se consideraba que sólo obedecía las órdenes de su amo: lo dejaron ir con apenas veinte azotes.
Existen cientos de casos documentados sobre el procesamiento judicial y formal de animales, aparte de otros más conocidos en los que fueron acusados de brujería (especialmente los gatos) pero, exceptuando a estos últimos, ¿por qué se les enjuiciaba y condenaba? ¿Se les creía acaso responsables de sus actos? Es probable que el sentimiento que sugerían esos increíbles e ingenuos procedimientos fuera el mismo que exigía que la casa de los criminales fuera arrasada o quemada para borrar el recuerdo escandaloso que en todos despertaba.
Un caso mucho más cercano en el tiempo, y por ello más estúpido, apareció en el número de junio de 1948 de la revista londinense “Lilliput”, donde se narra la historia de dos perros setter irlandeses a los que un abogado de Los Ángeles les legó en su testamento 1500 libras esterlinas. Después de tres semanas de debates, el juez citó a los afortunados canes, pero, por no poder contestar razonablemente a sus preguntas (¿?), les denegó la herencia. O los casos de la elefanta Mary, que fue ahorcada, y el elefante Topsy que fue electrocutado…


Y qué decir si metemos a la Iglesia por el medio… En 1121, mientras Bernardo de Claraval predicaba en Foigny (Francia), la iglesia fue invadida por una horda de moscas que molestaban a los feligreses. Ante aquella embarazosa situación, el que luego sería canonizado como San Bernardo de Claraval, gritó desde el púlpito:
eas excommunico (yo os excomulgo)
Al día siguiente todas las moscas aparecieron muertas.
Lo que no sé es por qué no se excomulgó a la avispa que mató al Papa Adriano IV. Después de pronunciar un duro sermón contra el emperador Federico I Barbarroja por sus pretensiones sobre los Estados Pontifcios, la comitiva de Adriano IV se detuvo en Agnani para que el Papa se refrescase. Se acercó a beber agua a una fuente, con la mala suerte que se tragó una avispa que le provocó la muerte por asfixia -la picadura le inflamó la zona y le produjo la asfixia-.
Y no sólo en el reino animal se han dado este tipo de estúpidos procesos, en el siglo XIV un bosque entero en Alemania fue talado y quemado por orden judicial, al ser declarado cómplice de robo. Un ladrón se había escapado de las autoridades locales huyendo de árbol en árbol. Se acusó al bosque de ser testigo de un crimen, de no haberlo evitado y de haber ayudado a un criminal a escapar de la ley. El tribunal condenó a muerte al bosque infractor.

http://historiasdelahistoria.com/2015/01/24/procesos-judiciales-contra-animales


¿Quién fue la Maricastaña de aquellos remotos tiempos del dicho?

Una brava gallega del s. XIV que lideró una revuelta contra el obispo de Lugo dio origen al refrán.

María Castaña, en un retrato realizado por María Presas para el
Álbum de Mujeres del Consejo de Cultura Gallega
«¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas (...)!», decía el licenciado de «El casamiento engañoso» de Miguel de Cervantes. Ya a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, cuando el autor de El Quijote escribió sus «Novelas ejemplares», los tiempos de Maricastaña era una frase hecha con la que remontarse a una antiquísima época diluida en el recuerdo que quizá nunca existió... ¿O quizá sí?

El diccionario de la Lengua Española la presentaba hasta hace unos años como «personaje proverbial, símbolo de antigüedad muy remota», pero cada vez son más los investigadores que sostienen que «María Castaña» o «María Castiñeira» fue real y vivió en Galicia hace seis siglos, concretamente en el coto de Cereixa, en lo que sería el actual concejo de Puebla del Brollón (Lugo).

La «España Sagrada» del Padre Manuel Risco la menciona en el tratado 77 (Cap. I, pág. 126) por un documento del siglo XIV que se conserva en la catedral de Lugo: «El 18 de junio de 1386 María Castaña, mujer de Martín Cego, Gonzalo Cego y Alfonso Cego, confiesan haber hecho muchas injurias a la Iglesia de Lugo, y haber matado a Francisco Fernández, mayordomo del Obispo. Para satisfacción de estos delitos, hicieron donación a la Catedral de todas las heredades que tenían en el coto de Cereixa y se obligaron a pagar mil maravedíes de la moneda usual».

María Castaña «tomó parte activa en las luchas que los plebeyos libraban contra los señores feudales que querían despojarlos de sus tierras», según el autor argentino Héctor Zimmerman («Tres mil historias»), y «en una de esas guerras fue acusada de intentar dar muerte al mayordomo de un obispo -otros afirman que al propio obispo de Lugo-, con la ayuda de su marido y de sus dos cuñados».

También el «Episcopologio Lucense», de Amador López Valcárcel, menciona a comerciantes, artesanos y hacendados de la parroquia de Lugo «enfrentados al señorío episcopal, provocando episodios de especial violencia como los ocurridos en los siglos XIV y XV y que han pasado a la leyenda local a través de figuras como la popular María Castaña».

Una calle en Lugo

A mediados de los años 80, el entonces alcalde de Lugo Vicente Quiroga bautizó una calle con el nombre de esta brava gallega que se enfrentó al obispo Pedro López de Aguiar, pero se encontró con el rechazo de los vecinos. «Fueron a protestar diciendo que la suya era una calle muy digna», recuerda Isidoro Rodríguez Pérez, que se encontraba entonces en el Ayuntamiento y que, intrigado, comenzó a indagar en la historia de María Castaña. «Me parecía increíble que los lucenses no conociéramos la historia de esta mujer», dice a ABC este investigador de cultura popular lucense.

En 1993 formó un grupo junto a otros interesados en el folklore popular llamado «María Castaña» para reivindicar esta figura figura histórica y descubrió cómo el dicho llegó a Latinoamérica ya con los primeros españoles. «Debió de ser un acontecimiento muy importante este levantamiento que se produjo en Lugo para que ya en la colonización traspasase las fronteras», considera.

Recientes investigaciones sobre María Castaña apuntan la posibilidad de no fueran los abusivos tributos del obispo los que motivaran su levantamiento. «Parece ser que era una cuestión territorial», indica Rodríguez. María Castaña apoyaba, según esta teoría, las aspiraciones portuguesas sobre esas tierras frente a Juan I de Castilla, a quien apoyaba López de Aguiar. «Cuando el obispo llegó a un acuerdo con el rey portugués, María Castaña quedó desamparada y la revuelta fracasó», continúa el investigador.

Lugo cuenta desde el año 2000 con una calle dedicada a María Castaña aunque el Diccionario de Seres Míticos gallegos aún sostiene que es un personaje ficiticio basado en la leyenda celta «The Battle of the Birds» (La batalla de los pájaros) que protagoniza Auburn Mary (María de color castaño, en su traducción literal).

«También es posible que ese nombre sea tan genérico como el de Maritornes, Marizápalos, Marisabidilla, Marimacho y por supuesto como el de María Sarmiento, tan delgaducha y desmembrada qeu fue a mear y se la llevó el viento», señalaba Jaime Campmany en 1993 en ABC. Sea como fuere, lo que no cabe duda es que desde los tiempos de Maricastaña ha llovido... y mucho.

Vía: ABC


http://antrophistoria.blogspot.com.es/2015/01/quien-fue-la-maricastana-de-aquellos.html#more


Antiguas ciudades africanas destruidas por los Europeos: Kumasi


Kumasi fue la capital del reino de Ashanti, siglo X al XX. Los grabados de la vida en Kumasi muestran casas, a menudo de 2 pisos, edificios cuadrados con techos de paja, con habitaciones familiares dispuestas alrededor de un patio. El complejo del Palacio Manhyia dibujado en otro boceto era similar a un castillo normando, sólo que más elegante en su arquitectura.
“Estas casas de 2 pisos con techo de paja del Reino de Ashanti eran de madera enmarcada y las paredes estaban construidas con tejas y yeso. Siempre había un árbol en el patio, que era el punto central de la unidad familiar. El Árbol de la Vida era el altar para las ofrendas de la familia a Dios, Nyame. Se ponía una cacerola de cobre amarillo en las ramas del árbol en la que se colocaban las ofrendas. Esta era la misma en cada patio de cada casa, templo y palacio. Los representantes y funcionarios del Rey trabajaban en edificios de lados abiertos. La finalidad era para que todo el mundo fuera bienvenido a ver lo que estaban haciendo.

“Las casas de la ciudad de Kumase tenían baños en la planta alta en 1817. En el año 1800 la ciudad estaba documentada en dibujos y fotografías. Con paseos y plazas públicas, vidas cosmopolitas, en todas partes una gran cantidad de exquisita arquitectura impecable y ordenada, historia, prosperidad y vida muy moderna “- PD Lawton, AfricanAgenda.net

Winwood Reade describió su visita al Palacio Real Ashanti de Kumasi en 1874: “Fuimos a la casa del Rey, que se compone de muchos patios, cada uno rodeado de alcobas y terrazas, y que tiene dos portones o puertas, de manera que cada jardín fuera una pasaje.. . Pero la parte del palacio  que daba frente a la calle era una casa de piedra, de estilo morisco. . . con un techo plano y un parapeto, y suites de apartamentos en el primer piso. Fue construida por albañiles Fanti hace muchos años. Las habitaciones de arriba me recuerdan a Wardour Street. Cada una era como una perfecta pieza de tienda de viejas curiosidades. Libros en muchos idiomas, cristal de Bohemia, relojes, platería, muebles antiguos, alfombras persas, alfombras Kidderminster, cuadros y grabados, innumerables cofres y arcas. Una espada con una inscripción de la reina Victoria al Rey de Ashanti. Un ejemplar del Times del 17 de octubre de 1843. Junto con todo esto había muchos  ejemplares de artesanía Morisca y Ashanti. “- Robin Walter

La hermosa ciudad de Kumasi fue volada, destruida por el fuego y saqueada por los británicos a finales del siglo XIX.

http://historiadeafrica.com/antiguas-ciudades-africanas-destruidas-por-los-europeos-kumasi.html