Sri Sri Ravi Shankar es el gurú del actual Presidente de la República. También de otros personajes relevantes de este país: Marcelo Tinelli, por ejemplo. El discurso que MauMac (no es mala onda, me gusta este nombre, suena cool) dio en el balcón de la Rosada tiene las características esenciales de la religiosidad (acaso un poco boba, pero adecuada para estos tiempos en que las grandes religiones sacrificiales han caído) que disemina nuestro gurú, el maestro Shankar.
Por José Pablo Feinmann.
Sri Sri Ravi Shankar en el balcón de la Rosada. A fines del siglo XIX, un poco antes del estreno de la ópera de Puccini Madame Butterfly en la Scala de Milán, exactamente en 1905, con el teniente de navío norteamericano Pinkerton y la dulce joven de quince años Madame Butterfly como protagonistas, una flotilla de guerra norteamericana intimó a una aldea costera japonesa a rendirse. Les bastó enviarles un breve mensaje: “Ríndanse”. Luego de dilatadas reflexiones, los japoneses respondieron con la máxima verdad del budismo zen: “Ciprés en el jardín”.
Los norteamericanos se irritaron por recibir semejante dislate como respuesta y aniquilaron la aldea a cañonazos. Fue un triunfo de la técnica bélica sobre la espiritualidad zen. Sin embargo, ¿a dónde nos ha llevado la técnica bélica? ¿Qué clase de mundo ha construido y sigue construyendo? ¿Hay todavía –en él– alguna clase de espiritualidad? Si no la hay, ¿quién fue el derrotado en el episodio entre la flotilla bélica norteamericana y la humilde aldea japonesa? La respuesta es simple: fue derrotado el Espíritu, lo que Freud llamará el Eros, el amor, la paz y la comprensión entre los sujetos humanos. Desde 1492, la modernidad capitalista triunfa por medio de las armas que más la definen, las que dibujan su cara más auténtica: la técnica de la guerra, la voluntad de dominio, la codicia, la negación del otro, convertido en otro-absoluto.
El día en que Heidegger cumplió setenta años recibió una visita previsible pero inesperada. La del filósofo japonés Koichi Tsujimura, gran maestro de la pretérita filosofía zen. Tsujimura lleva a cabo una exposición acerca de Heidegger y la filosofía japonesa. Se lamenta adolorido de la actual situación de su caótico país. Todo se ha occidentalizado. Durante la década del noventa –con el desarrollo de la globalización– se puso de moda el concepto de occidentoxicación. Donde entra Occidente mueren las culturas tradicionales, y a esto que, para Occidente, es el progreso, para los filósofos tradicionalistas es la pérdida de las raíces. Dice Tsujimura: “A partir de la europeización del Japón (…) hemos introducido con todas nuestras fuerzas la cultura y la civilización europeas (…) la europeización del Japón ha tenido lugar, grosso modo, sin una conexión intrínseca con nuestra tradición espiritual (…) Nosotros, ‘japoneses europeizados’, debemos conducir más o menos una doble vida” (Carlo Saviani, El Oriente de Heidegger, Herder, Barcelona, 2004, p. 164/165). Diez años más tarde, Heidegger se referirá a las palabras del filósofo japonés. Ve en él al hombre que ha perdido su tradición, su arraigo. Y recuerda una frase que cierta vez le ha dicho a un amigo: El desarraigo es el destino mundial. Al serlo, el hombre de la modernidad se ha instalado en el desarraigo. Pero esa situación ontológica (no estar arraigado a nada, no tener un ser al cual abrirse, no estar en ninguna parte porque todas son iguales o tienden a serlo) es lo que Heidegger llama “Civilización mundial”. Y a fines de la década del 60, la define así: “Civilización mundial quiere decir hoy predominio de las ciencias de la naturaleza, predominio y preeminencia de la economía, de la política, de la técnica (…) Nosotros estamos en esta civilización mundial. Con ella debe medirse el pensamiento. Entre tanto, esta civilización mundial ha sometido a la Tierra entera” (Ibíd., 172).
Para los héroes de la civilización mundial (a la que llaman globalización), para algunos, no para todos, o, al menos, para los que quieren limpiar su conciencia, no perder la espiritualidad, es necesario buscar un nuevo refugio. Un nuevo suelo espiritual. El judaísmo y el cristianismo han perdido su atractivo. El Antiguo Testamento está lleno de historias poco prácticas y ese Dios de los mandamientos y los castigos es demasiado severo. Sólo exige sacrificios. El mayor de los cuales ha sido enviar a su hijo, Jesús de Nazareth, para que sufriera horriblemente, para que fuera un derrotado, sufriente y sangrante hasta más allá de lo tolerable, sobre todo si se piensa en la exhibición sadista que Mel Gibson hiciera de él. ¿Qué hacer entonces? Como diría un psicoanalista de Occidente (otra religión que ha perdido adeptos): lo reprimido siempre vuelve. Si el Oriente islámico ha regresado como furia, como terror, como muerte, el Oriente asiático regresa como amor, pero, antes que al prójimo, a uno mismo. La vida es hermosa. Hay que saber cómo instalarse en ella y vivirla sin culpas. Aparecen los gurúes. Son la modalidad oriental de los pastores evangélicos. Nunca olvido una predicación del gran Billy Graham. Que era cristiano, que aún vive y está por llegar a los cien años (aunque con un tubo de oxígeno), que no hace mucho se reunió con Barack Obama, que fue invitado a predicar en la Sudáfrica del Apartheid y dijo que sólo lo haría en un estadio si dejaban entrar a los negros y todos, negros y blancos, se sentaban juntos, que es demócrata, que cierta vez vino a Argentina y alguien le dijo: “Hermano Billy. He perdido a Dios”. Graham le clavó esa inmensa mirada de sus ojos claros: “¿Recuerdas dónde lo perdiste”. “Sí, hermano Billy”. “No esperes más entonces. Regresa a ese sitio. Él te estará esperando”. Al lado de Billy Graham (que ya estaba bastante loco y era, en rigor, un falsario: la respuesta hábil e ingeniosa que le dio al pobre argentino que había perdido a Dios lo demuestra), Sri Sri Ravi Shankar es una versión devaluada de Hrundi V. Bakshi, el gran personaje de Peter Sellers en el film de Blake Edwards La Fiesta Inolvidable (The Party, 1968). En cierto momento quiere aliviar a la chica que más le gusta de la fiesta y acaba, la pobre, de pasar un mal momento. Sonríe (también Sri Sri sonríe mucho) y le dice: “En India tenemos un refrán”. Silencio. No continúa. Extrañada, ella pregunta: “¿Y?” “Que en India tenemos un refrán”. Otra vez silencio. Otra vez se detiene. “¿Y? ¿Qué dice ese refrán”. “Ah, me olvidé”. Ella lanza una carcajada. Hrundi V. Bakshi concluye: “Pero, por lo menos, la hice reír”. ¡Reír! Aquí está la clave de la vida para Sri Sri. Ataviado a lo hindú, predica: “¿Qué es la vida? Venimos al mundo llorando. Nos vamos llorando. Nosotros y los nuestros. ¿Y en el medio qué? En el medio, la vida. ¿Qué es la vida? Reír. Reír es la vida”. Otras frases de Sri Sri: “No seas febril sobre el éxito, si tu meta es clara y tienes paciencia para seguir adelante, la naturaleza te apoyará”. ¿Qué es la fe, sabio gurú? “La fe es darse cuenta de que siempre consigues lo que necesitas.” ¿Cómo puedo ganarme el mundo? “Si puedes ganar sobre tu mente, puedes ganar sobre el mundo entero.” ¿Vale la pena trabajar, tendré fuerzas para hacerlo? Eso me preocupa, querido gurú. “Preocuparse no hace ninguna diferencia, pero trabajar hace y da espiritualmente la fuerza para trabajar.”
Sri Sri Ravi Shankar es el gurú del actual Presidente de la República, Mauricio Macri. También de otros personajes relevantes de este país: Marcelo Tinelli, por ejemplo. El discurso que MauMac (no es mala onda, me gusta este nombre, suena cool) dio en el balcón de la Rosada tiene las características esenciales de la religiosidad (acaso un poco boba, pero adecuada para estos tiempos en que las grandes religiones sacrificiales han caído) que disemina nuestro gurú, el maestro Shankar. También su distendido baile. O la canción de Gilda que entonó la vicepresidenta Gabriela. MauMac, sonoramente, agradeció a todos. De aquí que haya dicho “gracias” tantas veces. Si agradeció a todos es porque lo hizo también con quienes no lo votaron. Pareciera que se propone gobernar para todos. Pero nadie puede hacerlo. Ni siquiera alguien tan dispuesto espiritualmente como él. Su primera semana de gobierno fue un vértigo. Metió dos jueces en la Corte sin consultar a nadie. Metió dos camiones hidrantes para que los vieran los manifestantes por la ley de medios. Arriba, en los edificios, algunos vieron algo más: policías que se movían ocultamente, como si fueran francotiradores. Devaluó el peso un 40 por ciento.Algunos dicen que esto se parece a la revolución libertadora. Que en marzo cierra el Congreso. Recibió a la Mesa de Enlace, que se fueron contentos. Pero con los sindicatos anda mal, ya chocó. No se puede comprar carne. Los precios meten miedo. ¿Y Sri Sri Ravi Shankar? Usted, MauMac, dijo que iba a gobernar para todos los argentinos. Ojalá. Nadie puede gobernar para todos, pero se le va a hacer difícil gobernar sólo para unos pocos. No lo haga. Y si los Estados Unidos le exigen que se comprometa en la Guerra contra el Terror, atención.
Escuche, MauMac, recuerde a Sri Sri: “Si puedes gobernar sobre tu mente gobernarás sobre el mundo entero”. Hasta el momento pareciera que los que gobiernan sobre el mundo entero están gobernando sobre su mente. Se lo digo por eso que usted dijo en su discurso del balcón de la Rosada, antes de bailar tan lindo: “Si nos equivocamos, avísennos, alértennos”. Bien, se están equivocando, Presidente. ¿Y si cambia de gurú?
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