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martes, 25 de agosto de 2015

Primeras rebeliones de esclavos en suelo americano

Marta Denis Valle, Marta Cabrales y Roberto Correa Wilson *

La Habana y Santiago de Cuba (PL).- Durante el siglo XVI, las rebeliones de esclavos negros se repiten en mayor o menor número en toda la región del Caribe, incluidas Venezuela, México, Honduras y Panamá, época en que los escapados se convirtieron por extensión en cimarrones. La primera rebelión de negros esclavos estalló el 26 de diciembre de 1522, en un ingenio del virrey Diego Colón -hijo de Cristóbal Colón-, en La Española.

La esclavitud en las Antillas francesas: Guerras de rapiña
Francia disputó a España su imperio colonial y de la mano de bucaneros y corsarios se introdujo en las llamadas Antillas francesas donde, como su rival, implantó la esclavitud de aborígenes y negros de origen africano. Pero tanto la explotación colonial como la esclavista tuvieron particularidades, al tratarse de posesiones adquiridas de forma diferente a las conquistas y colonizaciones hechas por la Corona de Castilla.
La lucha fue intensa entre franceses, ingleses y holandeses por apoderarse de islas e islotes del entorno caribeño, que más de una vez cambiaban de dueño. Fue constante el hostigamiento a las Grandes Antillas (Cuba, La Española, Puerto Rico y Jamaica), las colonias españolas más protegidas en el área.
Inglaterra desgajó a Jamaica, mediante una invasión militar, y Francia la zona occidental de La Española y otros enclaves por la ocupación sucesiva de sus territorios. Poco a poco los franceses, corsarios unos, comerciantes y navegantes independientes otros, lograron en el siglo XVII posesionarse de parte de La Española y de pequeñas islas caribeñas de donde prosiguieron sus incursiones de pillaje contra Cuba y otras colonias españolas.
En las Antillas francesas se puso en práctica el sistema de la plantación esclavista y tuvo lugar la trata de esclavos entre ellas, así como la importación masiva desde África. Por primera vez, además del abastecimiento local, produjeron para el mercado mundial, azúcar y otros productos. El propio régimen de explotación de la mano de obra esclava, entre otros factores, engendró protestas y rebeliones que culminaron a finales del siglo siguiente, en 1791, en un hecho trascendente, la Revolución de Haití.
Marinos franceses, ingleses y holandeses rivalizaron durante varios siglos por el control de los mares, las pequeñas islas antillanas y otros territorios americanos frente a España, principal potencia colonial en el denominado Nuevo Mundo. Esto sucedió al mismo tiempo que las numerosas guerras sostenidas por Madrid en el escenario europeo desde el siglo XVI y siguientes contra Francia, Inglaterra, Holanda y Portugal.
Los frecuentes ataques de corsarios franceses hicieron comprender a España la necesidad de establecer el sistema de flotas en el siglo XVI y la fortificación de La Habana, escala de las naves en el traslado de grandes riquezas americanas al puerto de Sevilla. Entre 1600 y 1635 aventureros franceses e ingleses fijaron sus guaridas en La Española, la primera colonia de España en América, por encontrarse desierta en gran medida. Un rosario de enclaves ingleses, franceses y holandeses se establecieron en la zona del Caribe (Antillas Menores, Bahamas y otros territorios) por aventureros, cuyos pillajes estimulaban las potencias enemigas de la Corona Española.
A finales del siglo XVII eran frecuentes sus incursiones a Jamaica -ocupada por Inglaterra en 1655 y cedida oficialmente por España en 1670-, para robar esclavos al punto que a esa isla la llamaban la Pequeña Guinea. Durante un ataque a Veracruz (México), en 1683, se llevaron mil 500 esclavos, así como negros y mulatos libres.
En 1697, mediante la Paz de Ryswick, se acordó suprimir este tipo de agresión, que dificultaba la navegación y la vida en las Antillas, donde ya estaban presentes varias potencias coloniales y los filibusteros y piratas se dedicaban al pillaje sin distinción de banderas. Por este tratado España cedió también a Francia la parte occidental de La Española, Saint Domingue (Haití), lo cual marcó la reconciliación franco-española después que tropas galas ocuparan Barcelona.
Francia que llegó a poseer en Norteamérica importantes territorios, perdió la mayor parte en guerras con Inglaterra, en el siglo XVIII.
La mano de obra esclava había jugado su papel en las fechorías de estos traficantes franceses, primero de aborígenes y luego de negros, una vez exterminada prácticamente la población indoantillana a la que habían esclavizado. Para el poblamiento de las colonias, esto no podía dejarse solo a la espontaneidad del pillaje y saqueo, por lo cual el gobierno francés apoyó a varias empresas, a partir de la primera fundada en 1626 por el Cardenal de Richelieu (Compañía de San Cristóbal).
Después del ensayo de colonización con labradores blancos (normandos y bretones), contratados con la promesa de algunas tierras (1627), fueron los negros el factor fundamental en la economía de estas colonias antillanas. El gobierno galo hizo diversos contratos para la introducción anual de esclavos en las Antillas francesas.
Los primeros esclavos africanos fueron llevados a Martinica en el período 1642-1645 y, alrededor del año 1700 existían allí 14 mil 566 y seis mil 725 en Guadalupe, dos posesiones que complementaban a Saint Domingue (Haití), que llegó a ser la más importante. Martinica empleaba sus esclavos en el cultivo de añil, tabaco, algodón y cacao; contaba con 183 ingenios de azúcar y fue durante un tiempo la mejor clienta de los negreros hasta que Haití pasó a primer plano.
La introducción de esclavos por término medio alcanzó anualmente unos 20 mil, de 1717 a 1724, en Martinica, Guadalupe y Granada, entonces en manos francesas. Aunque Francia continuó enfrascada en guerras con Inglaterra que afectaron el desarrollo de sus colonias y el tráfico de esclavos, la población esclava de Haití era alrededor de 140 mil, en 1744, y más de 240 mil, en 1774.
Víspera de la Revolución en Saint Domingue vivían 40 mil blancos, 24 mil libertos y 405 mil esclavos. El comercio entre Francia y su principal colonia, en 1789, necesitaba 750 grandes navíos tripulados por 80 mil marinos, afirma el historiador José Luciano Franco, en su célebre obra Historia de la Revolución de Haití.
En 1790 eran 792 los ingenios azucareros y 182 destilerías de ron, a poco más de un siglo del primero construido en 1680 en la parte francesa de La Española, dotado de esclavos negros. Su economía, basada en la esclavitud, exportaba algodón (705 plantaciones), café, añil, miel, cueros, y producía otros renglones agrícolas para consumo interno. La gran azucarera mundial chorreaba sudor y sangre de casi medio millón de esclavos.
Primeras rebeliones de esclavos en suelo americano
Desde las Antillas al continente americano llevó España el régimen colonial y la esclavitud de indios y africanos, que bien pronto registraron las primeras insurrecciones de los oprimidos y su aplastamiento a fuego y sangre. El siglo XVI fue dominado por la fiebre de la expansión a cuanto territorio avistó Cristóbal Colón y los numerosos navegantes que después partieron de Europa a las supuestas Indias, ambiciosos de grandes riquezas.
Una Real Cédula del 10 de abril de 1495 invitó a los súbditos de la Corona de Castilla a viajar al Nuevo Mundo y gente de todo tipo, incluso de las prisiones, integraron las expediciones. A estos siguieron centenares de conquistadores y colonizadores, más inclinados al saqueo del continente americano que al trabajo físico en su labor fundacional. Menos aún al buen trato a los pobladores originarios del Caribe, que llamaron indios, muchos de los cuales no resistieron físicamente el brutal impacto.
Según estimados, fueron aniquilados más de un millón de antillanos, víctimas de largas jornadas, maltratos, mala alimentación, enfermedades, la ruptura de la cadena reproductiva, suicidios y matanzas sin justificación alguna. Al tiempo que sometían por la fuerza a los indoantillanos en La Española, Cuba y Puerto Rico, invadían México y se extendían en la llamada Tierra Firme, la presencia del negro fue necesaria para los conquistadores.
Mediante permisos especiales del monarca comenzó el traslado de los primeros negros esclavos a La Española y luego a Cuba, procedentes del sur de la península ibérica y más tarde de África. Numerosas expediciones armadas en Cuba, sin permiso real, dejaron a la Isla casi despoblada, unido a la desaparición acelerada de los indocubanos. De 1517 a 1520, alrededor de dos mil españoles salieron de la Mayor de la Antillas hacia el continente, parte de ellos tras una corta escala, con provisiones y cargadores indios, utilizados también como escuderos. El famoso Hernán Cortés llevó en 1518 también algunos esclavos negros en su expedición a México para arrastrar la artillería.
La historiografía refiere la presencia temprana del esclavo negro en Cuba, colonia fundada en la segunda década del siglo XVI, con un estimado de 700 a 1000 en toda la centuria. Pésimas eran las condiciones de vida y trabajo de los sometidos de ambas razas, tratados peor que animales por los conquistadores. A los indios que escaparon a los montes dieron el nombre de cimarrones -planta silvestre de la cual hay otra cultivada y al animal doméstico que se convierte en montés-, y a sus escondites, palenques, pequeños caseríos cercados generalmente con estacas de palo.
Los conocidos palenques, llamados así en Cuba, Colombia, Ecuador, Panamá, México y Perú; o cumbes en Venezuela, todas colonias de España, fueron denominados quilombos, mocambos, ladeiras en Brasil, dependencia portuguesa. En el Caribe los palenques de indios cimarrones fueron frecuentes en la primera mitad del XVI y se incrementaron los de negros hacia finales del siglo y hasta la abolición de la esclavitud en Cuba (1886).
Rebeliones en el Caribe
Durante el siglo XVI, las rebeliones de esclavos negros se repiten en mayor o menor número en toda la región del Caribe, incluidas Venezuela, México, Honduras y Panamá, época en que los escapados se convirtieron por extensión en cimarrones. En ocasión de los festejos de navidad, estalló el 26 de diciembre de 1522 la primera rebelión de negros esclavos, en un ingenio del virrey Diego Colón -hijo de Cristóbal Colón-, en La Española, reportada por el cronista de Indias Gonzalo Fernández de Oviedo.
Se dice que eran bozales recién llegados de Africa, desconocedores del castellano; los africanos que hablaban español, llamados ladinos, habían vivido por lo menos dos años en España y se les prohibió su paso a Las Indias por miedo de las sublevaciones. En su búsqueda se organizó una tropa de españoles, nueve jinetes y siete peones, y se hablaba de un posible levantamiento en todo el país; el número de rebeldes fue de 40, varios murieron en el primer choque y otros se refugiaron en las montañas.
Los primeros reportes de esclavos sublevados en Panamá (villa de Acla) datan de 1530; en Venezuela de 1532 y en Cuba de 1533. En su último periodo Manuel de Rojas, gobernador interino de Cuba en dos ocasiones (1524-1525 y 1532-1534), envió dos cuadrillas a las minas de Caobillas al sur de Jobabo para someter a los negros que se habían alzado.
Según informó en carta al rey -10 de noviembre de 1534-, los rebeldes pelearon hasta morir y trasladó los cadáveres de cuatro de ellos a la villa de Bayamo donde fueron descuartizados y puestas sus cabezas en sendos palos para escarmiento público. El primer Virrey de Nueva España (México), Antonio de Mendoza, informó al rey, el 24 de septiembre de 1537, el descubrimiento de una conspiración, en alianza de negros emigrados a la fuerza y pobladores originados, para expulsar a los españoles.
Hubo otros intentos en ese virreinato en 1546 y 1570; y en San Pedro, provincia de Honduras, en 1548. En Panamá muchos esclavos huyeron de las haciendas y estuvieron sublevados largo tiempo y tomaron parte en la primera guerra del Bayano (1548-1558) y la segunda (1579-1582). En 1579, un grupo de ellos firmó un tratado de paz con los españoles que reconocieron su libertad colectiva, a cambio de utilizarlos para combatir el cimarronaje. Era su líder Bayano, reconocido como rey, un antiguo esclavo del presidente de la Audiencia de Panamá, ladino o españolizado en la lengua, muy valiente, que fue vendido por el conquistador Pedro de Ursúa.
A la historia pasan los nombres de los líderes de revueltas contra la esclavitud. Sebastián Lemba Calembo escapó de sus amos alrededor de 1532 y con otros de su condición se refugió en las montañas unos 15 años, enfrentado a las autoridades coloniales, hasta su captura y muerte en Santo Domingo, el 17 de septiembre de 1547. Cansado del continuo maltrato de los colonizadores, el esclavo FelipilIo encabeza en 1549 a los sublevados en Panamá; capturado por el capitán Francisco Carreño, fue descuartizado. Miguel, a quien sus compañeros proclamaron rey, se levantó en 1555 en la Capitanía de Venezuela, en las minas de oro cerca de Barquisimeto, y murió en un enfrentamiento con los españoles.
Estas rebeldías desmienten la idea difundida del esclavo sumiso; las grandes rebeliones ocurrirán en los siglos XVIII y XIX, durante el auge de la explotación. Si los refugios donde vivían y sembraban eran localizados y destruidos, ellos iban más lejos a lugares apartados (cuevas, montañas, pantanos) y hacían sus ranchos, pues resultaba casi innato su sentido del derecho a la libertad.
Guillermón Moncada, héroe cubano descendiente de esclavos
Notable general del Ejército Libertador, Guillermo Moncada, negro libre, luchó en aras de la independencia de su patria cubana y honró con su machete a miles de esclavos, maltratados y vejados por el régimen esclavista. Fue al mismo tiempo héroe de la independencia de Cuba y de la lucha contra la esclavitud.
Combatiente de las tres guerras independentistas, Moncada (1841-1895) sobresalió de soldado mambí a mayor general del Ejército Libertador por su coraje y destreza en los combates, gran habilidad estratégica y dotes para dirigir a los combatientes. Fue famoso por sus cargas al machete desde la Guerra de los 10 Años, y muy respetado en lo sucesivo por los veteranos y los jóvenes revolucionarios que se sumaban al proceso.
José Guillermo era nieto de la esclava Juana Alberta Moncada, nacida en África, de la etnia de los fulas, e hijo de la negra libre María Dominga Trinidad Moncada y de Narciso Veranes, negro liberto de quien no tuvieron el apellido sus cinco hijos (tres hembras y dos varones), solo inscriptos por la madre.
Aunque nació siendo libre, en Santiago de Cuba, el 25 de junio de 1841, sufrió, junto a la pobreza, la discriminación de su raza y la condición de "hijo natural" pues sus padres no estaban casados. En ese entorno aprendió a leer y escribir con Francisco Fernández Rizo, que fuera también el maestro de Antonio Maceo Grajales, y el oficio de carpintero aserrador en un taller del español Manuel Perozo.
Al partir a la Revolución, con 27 años de edad, gozaba de fama en Santiago de Cuba; creció en el barrio de Los Hoyos, donde vivía la mayoría de los descendientes de africanos en la ciudad, y allí organizó la comparsa Los brujos de Limones. Mi brazo negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria, decía a menudo Guillermón, apodado así por su figura poco común: muy alto, de largos brazos y espaldas anchas. Amigos suyos desde la juventud, fueron Felipe Regueiferos y Antonio, José y Miguel Maceo, cuatro de los hijos de Mariana Grajales, y también José Quintín Bandera, futuros integrantes del Ejército Libertador.
Moncada se identificó con los ideales de independencia y abolición de la esclavitud; a principios de noviembre de 1868 se incorporó a un grupo armado luego de burlar la vigilancia establecida en su ciudad al estallar la Revolución, el 10 de octubre de 1868. Entre sus primeras tareas estuvo el entrenamiento de esclavos libertos en el empleo de machetes, en los combates.
Sin experiencia militar aunque diestro en el uso del machete como arma de defensa personal, sirvió a las órdenes de Donato Mármol, Máximo Gómez, Calixto García, Antonio Maceo, grandes jefes que reconocieron su valentía y éxitos. Participó en numerosos combates y sostuvo enfrentamientos cuerpo a cuerpo con oficiales españoles, reconocidos esgrimistas a los que derrotó.
Lesionado en distintos momentos y partes de su cuerpo, sobrevivió a las graves heridas recibidas en los combates de Ti Arriba, Oriente, el 23 de octubre de 1870, y Naranjo-Mojacasabe, Camagüey, el 10 de febrero de 1874. Respaldó la Protesta de Baraguá, encabezada por Antonio Maceo, en 1878, en rechazo al Pacto del Zanjón, que ponía fin a la guerra sin alcanzar los objetivos de independencia y la abolición de la esclavitud.
Moncada, alzado en armas otra vez, fue uno de los protagonistas principales de la llamada Guerra Chiquita (1879-1880) y tras capitular mediante un acuerdo, el jefe español traicionó el compromiso al enviarlo a prisión junto a numerosos combatientes. A las prisiones españolas lo acompañaron su esposa y varios hijos; ella no resistió las penurias y murió a los cinco años, un año antes que el héroe fuera amnistiado en 1886.
Moncada llegó a ser un jefe decisivo en la preparación de la Guerra de Independencia de 1895, en el oriente del país. Antes resultó necesario sacarlo de la prisión Reina Mercedes, de Santiago de Cuba, donde estuvo desde el 21 de noviembre de 1893 al primero de junio de 1894 porque España prefería a Guillermón encerrado.
José Martí, organizador de la misma, decidió extraer de los fondos del Partido Revolucionario Cubano, centavo a centavo colectados para la guerra, la alta suma de dos mil pesos que fijaron las autoridades coloniales para concederle la libertad condicional bajo fianza.
Guillermón recibió la misión de poner nuevamente sobre las armas a los cubanos y organizar las fuerzas hasta tanto se incorporaran Antonio Maceo y Máximo Gómez, los principales jefes militares veteranos del 68. Cumplió su deber pese a estar gravemente enfermo, a causa de la tisis que contrajo confinado en un húmedo y oscuro calabozo del cuartel Reina Mercedes de Santiago de Cuba, el cual llevó su nombre a partir de 1909, a petición de compañeros de armas.
Antes de morir de tuberculosis, en Joturito, Alto Songo, el 5 de abril de 1895, traspasó el mando y presentó ante sus fuerzas al también mayor general Bartolomé Masó, otro veterano del 68, como jefe superior de Oriente. "A la prisión entró Guillermo sano, y salió de ella delgado, caído, echando sangre en cuajos a cada tos", escribió Martí en su diario de campaña las palabras que escuchó de labios del hermano Narciso Moncada, comandante mambí, en territorio de Cuba Libre.
Mamá Dominga, también le contó Narciso, estuvo tres veces en la prisión del Morro santiaguero al negarse a convencer a sus hijos para que abandonaran la lucha, como le pedían. Y ella les dijo: Mire General, si yo veo venir a mis hijos, por una vereda y lo veo venir a usted por el otro lado, les grito: ¡huyan, mis hijos, que éste es el General español...!
Los Despaigne, esclavitud y rebeldía en las serranías del Cobre
Como quien desenreda un ovillo, la profesora de la Universidad de La Habana (UH) Marial Iglesias Utset hilvanó la historia de los Despaigne, una familia de esclavos asentada en las serranías de El Cobre y con orígenes en franceses acaudalados que emigraron hacia estas tierras. Todo comenzó, explica la investigadora, cuando cayó en sus manos, durante una búsqueda en archivos, un pedazo de papel con trazas de sangre que contenía una proclama de exhortación a los seguidores del Partido de los Independientes de Color (PIC) a reclamar los derechos ciudadanos, mayor democracia y libertad.
En las indagaciones, Iglesias ubicó la pertenencia del volante, que fue donado en 1913 al recién creado Museo Nacional, a Justo Despaigne, "un hombre negro que fue asesinado en el cafetal Kentucky el 12 de junio de 1912 por tropas del ejército de la república, enviadas a reprimir una protesta armada con la cual el Partido de los Independientes de Color intentaba reivindicar su derecho a la existencia como institución política."
Apunta la estudiosa que la interpretación de esa pieza documental devino leitmotiv para la investigación, mediante la cual fue alumbrando las circunstancias familiares y sociales alrededor del protagonista, quien tenía unos 50 años al morir, "con la proclama doblada en su bolsillo". Justo, precisa, era hijo y nieto de esclavos, llegado al mundo también en un cafetal de esta zona suroriental, donde sus padres y abuelos cultivaron café para una familia de plantadores criollos procedentes de Saint-Domingue, cuyo fundador, Jean Despaigne, llegó a esta ciudad en los albores del siglo XIX durante la estampida ocasionada por la Revolución de Haití.
Mediante las útiles herramientas de la microhistoria, la especialista reconstruyó el devenir de esas personas bajo el apellido de marras y los vínculos tejidos entre ellas, desde el arribo de los blancos europeos y la sucesiva concatenación con las vidas de sus esclavos, traídos desde Africa y también aplatanados en estos lares.
Así, fue quedando claro en la medida en que escudriñaba en archivos y documentos, el alcance trasnacional de una trayectoria aparentemente local, constreñida a unos intrincados cafetales en el extremo suroriental de la geografía insular. Situó en la región francesa de Bordeaux los orígenes del árbol genealógico, al igual que el de otras muchas familias europeas asentadas en la zona desde Saint Domingue. Los esclavos que arribaron en las dotaciones de Jean y Pierre Despaigne, a pesar de ser formalmente libres tras decretos de la legislación revolucionaria francesa y la constitución aprobada por Toussaint Louverture, sintieron de nuevo el yugo humillante.
En las sierras del Cobre, puntualiza la investigadora, se cocía junto a la influencia del colapso del modelo esclavista en la isla cercana, que gravitaba en unas 18 mil personas llegadas con el éxodo, la efervescencia dejada por un siglo y medio de luchas emancipatorias. Allí, los palenques de esclavos cimarrones, algunos de ellos venidos también desde Jamaica, se convirtieron en comunidades trasnacionales de esos hombres y mujeres privados de su libertad, valora Iglesias.
Explica entonces el origen atlántico, no sólo de los amos, sino también de los esclavos porque hacia la segunda mitad del siglo XIX más de la mitad de ellos, en las plantaciones de los Despaigne, habían nacido en Africa y sobrevivido a la llamada por los historiadores "travesía intermedia".
En el cafetal La Lisse, de la demarcación de Hongolosongo, juntaban sus destinos multiétnicos seres provenientes en su mayoría de la cuenca del Congo y de la ensenada de Biafra, apunta Iglesias, quien alude igualmente a la "sinfonía lingüística" en la cual cohabitaban el francés de los hacendados, posiblemente el castellano, las lenguas originarias del lejano continente y el híbrido creole, de la cotidianidad.
Los cepos de castigo, grilletes y cadenas empotrados son testigos silenciosos que indican, en las ruinas de aquellas plantaciones, la crueldad en el tratamiento a los esclavos y desmienten las idílicas descripciones de estos ambientes rurales en la literatura al uso, expone la profesora. Pura hipocresía aquella comunión pacífica de propietarios ilustrados y mansos esclavos.
Aunque no fue un lecho de rosas por la beligerancia de los oprimidos, lo cierto es que se impuso la reimplantación de la esclavitud y en 1866 los herederos de los Despaigne poseían en varios cafetales 664 individuos bajo esa onerosa condición, con un valor cercano al medio millón de pesos, puntualiza la estudiosa. No obstante, si una revolución los había empujado hacia estas costas y montes, otra removería los cimientos del status quo y a partir de 1868 propiciaría la emancipación de numerosos hombres que con los días se incorporaron al Ejército Libertador.
Relata que uno de ellos fue Simón Despaigne, hijo de Amelia, una de los que abrieron paso en el monte y construyeron las primeras haciendas en la región. Convertido en líder local de la insurrección, tocó al sargento Simón explorar la zona en ocasión de las acciones de tropas españolas en contra de Carlos Manuel de Céspedes. Atribuye la autora a una de las notables crónicas de esas jornadas la anécdota: Al regreso le correspondió la triste noticia y mostrar ropa negra desgarrada y ensangrentada para expresar "el Presidente es muerto: he aquí lo único que de él he encontrado".
Resalta la profesora de la UH la participación de personas con ese apellido en las dos guerras decimonónicas por la independencia: 136 negros de esa denominación, incluidos varios jefes y oficiales, aparecen en los registros del Ejército Libertador. Algunos cayeron en combate, otros fueron a prisión, algunos incluso enviados a presidios españoles en África.
Iglesias significa que las jerarquías derivadas de las batallas situaban a guerreros "de color" al mando de blancos y letrados. También que en esas circunstancias "personas con precio" experimentaban por vez primera la satisfacción de ser tratados con dignidad. Entre los involucrados en la campaña liberadora, Justo, el propietario de la proclama de marras.
En 1900, al votar por primera vez los Despaigne residentes en El Cobre, lo hicieron donde antes fueron sojuzgados y la casa de vivienda de La Lisse hizo de colegio electoral, precisa. Pero no bastaban los maquillajes democráticos; los derechos de igualdad conquistados en la manigua eran ignorados.
Al surgir, el PIC contó entre sus filas con varios miembros de esa estirpe, parte de una saga que al decir de la estudiosa mezcló tres generaciones de personas, amos y esclavos, blancos y negros, descendientes de europeos y de africanos, atados a una extensión de tierra que propició bonanza para unos y deshumanización para otros.
Esclavitud en Trinidad y Tobago
Descubrimiento, población autóctona exterminada, colonización y llegada de esclavos africanos para trabajar en plantaciones de caña de azúcar, donde padecieron los castigos de amos y capataces, son puntos de referencia de la historia de Trinidad y Tobago, el Estado más austral del Caribe Oriental. Allí llegó el almirante Cristóbal Colón en 1498 durante su tercer viaje a América. Trinidad sería después testigos de heroicas acciones de rebeldía protagonizadas por los esclavos.
Exuberantes bosques y verdes colinas contempló el gran navegante cuando observó sus costas, y luego continuó hacia la desembocadura del río Orinoco, y la punta de Paria en Venezuela. La isla de Trinidad, con una extensión territorial de 4.878 kilómetros cuadrados está situada a sólo 16 kilómetros de las costas venezolanas, y Tobago con 300 kilómetros cuadrados se ubica al noroeste de la primera. Al noroeste de Trinidad forman también parte del territorio las islitas de Cacachore, Huevos, Monos y Gaspar Grande. En torno a Tobago están las de Goat, Pequeño Tobago y el arrecife de Bocco.
En sus inicios esos territorios estuvieron habitados por indios caribes y arawacos, quienes los denominaron Colibrí. Esta población autóctona fue exterminada más tarde en la etapa de la colonización al no poder resistir los rigores del trabajo a que fueron sometidos. Fue en 1595 que el navegante y corsario británico Sir Walter Raleigh quien dirigió una expedición al Orinoco e incendió la ciudad de Saint Joseph y a partir de 1677 piratas ingleses, franceses y holandeses asolaron las poblaciones costeras y el tráfico marítimo.
La colonización comenzó en el siglo XVII, con la creación de plantaciones de caña de azúcar y la importación de esclavos procedentes de África. Las sucesivas ocupaciones y el trabajo rudo condujeron al exterminio de los caribes y arawacos. Debido a la escasez de fuerza de trabajo, los españoles incrementaron el tráfico de esclavos. Estos procedían de países de las regiones occidentales de África, donde eran cazados y transportados en los denominados buques negreros. La Trata fue iniciada por los portugueses en el siglo XV.
El trabajo esclavo proporcionó el enriquecimiento de los dueños de plantaciones y también se beneficiaban otros elementos de la clase dominante. Pero debido al trato cruel del que eran víctimas los esclavos, muchos huían hacia los bosques donde se convertían en cimarrones. Un momento singular se produjo con la llegada de hacendados franceses que huyeron de Haití al producirse la Revolución en esa nación caribeña, de la que Francia se apoderó en 1697 por el Tratado de Rywick. Acaudillados por Toussaint Louverture, un general negro, por primera vez en América y el Caribe los esclavos condujeron una revolución victoriosa contra el poder colonial europeo, y en 1804 establecieron la República.
Gran Bretaña desembarcó sus fuerzas militares en territorios caribeños en 1797, como resultado de las rivalidades intercolonialistas por apoderarse de las ínsulas. A través del siglo XVIII Trinidad y Tobago cambió varias veces de manos europeas, pero en 1814, Francia las cedió a Gran Bretaña y las islas quedaron oficialmente como una colonia de Londres.
El avance del capitalismo en la metrópoli, que transitaba por la Revolución Industrial, hizo que la Corona dispusiera la abolición del comercio de esclavos en las posesiones de Gran Bretaña en 1834. La norma provocó la resistencia de los dueños de esclavos. Los africanos manumitados se marchaban de las haciendas emprendiendo una nueva vida, en la que trabajaban para el sustento de su familia, y no para los déspotas y explotadores.
Entonces Gran Bretaña comenzó a importar mano de obra barata de trabajadores indios, tal como lo haría con posterioridad en el archipiélago africano de Seychelles en el océano Índico. El reclutamiento de ciudadanos de la India, causó el rechazo de organizaciones en esa colonia de Gran Bretaña. Más tarde, Trinidad y Tobago quedaron unidas administrativamente. Esa acción cerró un ciclo en la historia política y social del país que se caracterizó por exterminio de población autóctona, la múltiple presencia extranjera y la cruel esclavitud.
Esta posesión británica se pronunció en 1924 por la autonomía interna y lograr organismos electos locales. Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el movimiento sindical reclamó cambios en la Constitución vigente implantada por los colonialistas. A mediados del siglo XX en el extenso espectro colonial que alcanzaba Asia, África y el Caribe se produjo una suerte de rebelión internacional contra la explotación colonialista que se había prolongado por varios siglos.
En Trinidad y Tobago los británicos promulgaron una Carta Magna como paso inicial a la independencia. En 1958 las islas formaban parte de la Federación de las Indias Occidentales, que se disolvió en 1962. La independencia nacional llegó al fin el 31 de agosto de 1962, pero con un Gobernador general nombrado desde Londres. Las elecciones parlamentarias de 1971 dieron el triunfo al Movimiento Nacional Popular. Cinco años después se constituyó la República. Desde 1976 tiene vigencia una nueva Constitución, que establece, entre otros preceptos, la forma de gobierno de la nación.
Los heroicos garífunas
Procedentes de la pequeña isla de San Vicente en las Antillas Menores, el pueblo garífuna es el resultado de la integración étnica de los indios caribes con los esclavos africanos cimarrones que se refugiaron allí a partir del siglo XVII. Desde el siglo XV los africanos comenzaron a llegar al continente americano y a las islas antillanas traídos por los traficantes con el fin de venderlos como esclavos a los dueños de plantaciones necesitados de fuerza de trabajo, para laborar en régimen de explotación esclavista.
El trato abusivo y cruel de los amos y sus capataces hicieron que muchos esclavos huyeran a las zonas boscosas donde se convertían en cimarrones. En esos lugares formaban colonias y se defendían de sus implacables perseguidores. El cimarronaje fue una expresión de rebeldía antiesclavista. Los garífunas son conocidos también como negros caribes y poseen una destacada historia en su lucha por la libertad frente a los colonizadores ingleses, lo que los convirtió a la fuerza en pobladores de la costa atlántica centroamericana.
Hasta 1776 vivieron en relativa paz con los ingleses que ocupaban posesiones en las Antillas Menores, pero al estallar la guerra de independencia de las Trece Colonias inglesas, en los futuros Estados Unidos, los negros caribes se alinearon a favor de los insurrectos, provocando la ira de los colonizadores ingleses.
Después de un breve periodo de tranquilidad, determinado en parte por el apoyo de los colonialistas franceses que compartían la ocupación de la cadena insular con Gran Bretaña, los terratenientes ingleses iniciaron una guerra de exterminio contra los negros caribes. La situación se agravó aún más a partir de 1795 al declarar el jefe de los garífunas, conocido como Chatoye, sus simpatías por la Revolución Francesa. Durante dos años Gran Bretaña descargó todo el poder de sus tropas contra los garifunas, a los que vencieron por la superioridad de sus armas, tras una heroica resistencia.
Previendo futuros conflictos con esa etnia rebelde, el Parlamento inglés decidió desterrarlos de San Vicente. Inicialmente se les quiso enviar a Santo Domingo, pero después la Marina inglesa prefirió un lugar más apartado del extremo occidental del mar Caribe, la isla de Guanaja, donde ejercían su autoridad las autoridades coloniales españolas.
Aunque, finalmente, en diez barcos acompañados por el buque de guerra Experiment al mando de John Barret, unos dos mil 500 garífugas fueron desembarcados el 12 de abril de 1797 en una de las islas de la bahía del actual litoral de Honduras, Roatan, desde donde por sus propios medios se transportaron posteriormente al territorio continental. En la costa atlántica los garífugas fundaron numerosas poblaciones, manteniendo siempre una firme actitud frente a piratas y colonialistas que pretendían incursionar en ellos. A partir de 1810 fueron también baluarte de la lucha centroamericana por la independencia de España.
Los garífugas se extendieron por la región y se asentaron en parte de Nicaragua, Belice y Guatemala. En Belice el 19 de noviembre se celebra como fiesta oficial el Día del Asentamiento de los Garífugas. Sus comunidades están generalmente divididas en barrios encabezados por un líder encargado de organizar la vida del grupo, además de las tradicionales competencias con las otras comunidades durante las festividades que realizan dos veces al año.
La actividad económica básica es la pesca a cargo principalmente de los hombres, quienes en sus pequeñas embarcaciones penetran grandes distancias en el mar. Las mujeres se dedican al cultivo de la yuca, uno de sus alimentos principales, extraen aceite del coco y confeccionan alimentos y dulces que venden a sus vecinos, además de cuidar a la familia.
La religión de los garífunas está compuesta por ritos y prácticas heredadas de sus ancestros africanos y de los indios caribes, a la que han incorporado elementos del ritual católico adquirido de los españoles. Luchadores, guerreros a los que nunca les importó el poderío de sus enemigos, los garífunas son un pueblo que se resistió a la extinción como pretendieron los colonialistas de Gran Bretaña.
Esa heroica etnia defiende sus tradiciones en paz como lo hicieron con sus vidas y territorios. Su lucha antiesclavista y anticolonial es también uno de los aportes al legado que dejaron los esclavos africanos en América y el Caribe en las aspiraciones de libertad e independencia.
* Denis Valle es historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina; Cabrales es corresponsal en Santiago de Cuba y Correa, colaborador de Prensa Latina.


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