DEL GOLPE DEL '43 AL PACTO SOCIAL
Hoy se cumplen 120 años del nacimiento de Juan D. Perón, ocurrido -según la versión más extendida- el 8 de octubre de 1895 en la ciudad bonaerense de Lobos. Versiones más recientes, como la que postula el historiador Norberto Galasso, sostienen que nació el 7 de octubre de 1893, en Roque Pérez, siendo registrado dos años después con el apellido paterno.
Con 15 años de edad, Perón ingresó al Colegio Militar de la Nación, donde se graduó como Teniente de Infantería. A partir de allí comenzó una veloz carrera en ascenso hasta convertirse en Teniente Coronel en 1936. Bajo el gobierno de Yrigoyen, participó en distintas intervenciones militares; entre ellas, las del Regimiento 12 de Infantería contra la huelga de los trabajadores de la Forestal, en Santa Fe, y en la Semana Trágica de enero de 1919. Años más tarde participó del primer golpe militar producido en el país, en septiembre de 1930.
A lo largo de la década del ’30, se desempeñó como docente en la Escuela Superior de Guerra y se dedicó al estudio de la historia y la estrategia militar. Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1941) viajó a España e Italia como agregado militar de Argentina, donde tomó contacto con las ideas fascistas y corporativistas que moldearon su pensamiento y su incipiente carrera política.
Sus primeras intervenciones en la escena política nacional se dieron de la mano de la logia anticomunista “Grupo de Oficiales Unidos” (GOU) que llevó a cabo la llamada Revolución de 1943 contra el gobierno del conservador Ramón Castillo. Bajo el gobierno de facto ocupó la vicepresidencia, el ministerio de Guerra y la Secretaria de Trabajo y Previsión, desde la cual se relacionó con los sindicatos e impulsó leyes que le permitieron ganar el apoyo de los trabajadores.Entre las medidas más importantes se destacaron la reducción de la jornada laboral, la ley de despidos, el establecimiento del seguro social y jubilación, y el Estatuto del peón.
En octubre de 1945, sectores de la burguesía y el imperialismo buscó destituirlo, objetivo que fue impedido por una masiva movilización obrera que obligó a restablecerlo en el gobierno. A partir de entonces, Perón se convirtió en el máximo líder del movimiento nacionalista burgués que gobernará la Argentina entre 1946 y 1955, hasta el golpe de la "Revolución Fusiladora" promovido por el imperialismo norteamericano y sectores de la burguesía criolla.
En octubre de 1945, sectores de la burguesía y el imperialismo buscó destituirlo, objetivo que fue impedido por una masiva movilización obrera que obligó a restablecerlo en el gobierno. A partir de entonces, Perón se convirtió en el máximo líder del movimiento nacionalista burgués que gobernará la Argentina entre 1946 y 1955, hasta el golpe de la "Revolución Fusiladora" promovido por el imperialismo norteamericano y sectores de la burguesía criolla.
Este movimiento tuvo como norte la conciliación entre capital y trabajo; suprimir el creciente enfrentamiento con el objetivo de mantener el sistema capitalista. Sobre este aspecto, Perón fue claro desde el principio:“...Señores capitalistas, no se asusten de mi sindicalismo, nunca mejor que ahora estará seguro el capitalismo, ya que yo también lo soy, porque tengo estancia y en ella operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos...” (Discurso pronunciado por Juan Domingo Perón en la Bolsa de Comercio, el 25 de agosto de 1944).
En los años ’70 estos objetivos convirtieron a Perón en uno de los principales impulsores del Pacto Social y de las bandas armadas de la Triple A con las cuales el gobierno peronista persiguió a la izquierda y los sectores más combativos de la clase obrera.
La capitulación de Perón ante la revolución fusiladora
A partir de 1954 la fortaleza del gobierno peronista es puesta en cuestión por una crisis económica latente y un resurgir de la lucha de clases de los trabajadores cuyo máximo símbolo sera la gran huelga metalúrgica de abril-junio de 1954. Las dificultades crecientes de la economía argentina empujaran a Perón a habilitar una ofensiva patronal que en el Congreso de la Productividad en marzo de 1955 planteará la linea de aumentar la explotación sobre los trabajadores.
Con estas palabras defendía el General Perón su apoyo a las patronales: "En nuestro país la palabra producir es una palabra sagrada, porque en esa palabra está el bienestar general. Yo no digo que esto sea cierto donde el Estado y el patrón explotan, ahí no es cierto; ahí es mentira. Pero donde no hay explotación patronal ni estatal, ahí es verdad... Nadie ha combatido más que yo a los patrones abusivos y explotadores. Yo veo, sin embargo, que ellos están en tren de colaboración. No están ya en tren de explotadores. Es decir, que ellos están en el mismo orden social y justiciero que nosotros. ¿Entonces, por qué los vamos a seguir combatiendo? " (La Prensa, 17/3/55). A la vez el gobierno se ve obligado a pactar acuerdos petroleros con el imperialismo yanqui, la Compañía California Argentina.
El golpe antiperonista se inscribe dentro de una ofensiva neo colonizadora en latinoamérica de un imperialismo norteamericano que emergía como super potencia luego de la victoria Aliada en la Segunda Guerra Mundial. El peronismo se había consolidado como un "bonapartismo sui generis" que contaba con el apoyo masivo de la clase obrera y mientras regimentaba los sindicatos, negociaba el status semicolonial de la Argentina aprovechando una debilidad relativa del imperialismo.
En los últimos años del segundo gobierno peronista la prédica de la armonía de clases y la estatización de los sindicatos resultaban insuficientes para las necesidades patronales. Ante el agotamiento de las condiciones económicas favorables y la incapacidad creciente del gobierno y la burocracia de la CGT de mantener a raya a la clase obrera, se allana el camino del golpe de Estado y se concreta una alianza política-social cuya dirección indiscutible es el imperialismo yanqui y cuya finalidad es permitir su penetración en la Argentina y la destrucción de las conquistas y organización obreras durante el primer peronismo.
El frente golpista incluía, además de a los EE. UU., a una burguesía deseosa de mantener sus ganancias a costa del sacrificio de los trabajadores, los terratenientes, la Iglesia Católica, la UCR, el Partido Socialista y el Partido Comunista, entre otros.
La vanguardia de la movilización golpista fue la Iglesia Católica, que luego de romper con Perón organiza el Partido Demócrata Cristiano y va a ser la gran protagonista de las movilizaciones del Corpus Chistri el 9 de junio del ’55. El 16 de junio la aviación Naval bombardeara con los Gloster a una Plaza de Mayo repleta de gente con el objetivo de asesinar al presidente dejando un tendal de casi 500 muertos.
Perón llamará a la calma, pondrá fin a la "revolución peronista" y hasta ofreció su renuncia para intentar calmar los ánimos, pero sus palabras conciliadoras cayeron en el vacío y la respuesta del gobierno fue invocar a que los grupos controlados de sus partidarios ejercieran la violencia política contra sus opositores: “A la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor (...) La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar una acción violenta con otra más violenta. pero la decisión golpista estaba tomada. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos”.
Sin embargo, la clase trabajadora permaneció desarmada por el gobierno y los dirigentes sindicales quienes confiaban que su defensa iba a estar resguardada por una supuesta mayoría leal de las FF.AA.
En el golpe del ’55 tuvo éxito porque logro plegar a su favor al sector militar del integrismo católico nacionalista que vacilaba en su apoyo al peronismo. Eduardo Lonardi era su representante en la Junta Militar golpista. El 16 de septiembre las fuerzas de la Marina serán la cabeza del movimiento sublevándose en la base de Río Santiago en Ensenada, en Bahía Blanca y en la Escuela Naval. El Ejército se sublevo en Córdoba y Entre Ríos. Pese los enfrentamientos los militares leales fueron pasándose de bando en la medida que veían que Perón no contaba con la voluntad para resistir temeroso que la movilización de los trabajadores fuera la que pusiera fin al movimiento rebelde.
La Armada encabezada por Isaac Rojas el elemento militar clave para la victoria. Frente a la persistencia de la marina, los generales leales soltaron la mano de Perón quien capituló sin lucha. El símbolo de su huida fue una cañonera paraguaya aportada por Stroessner para que el General huyera del país. Los funcionarios peronistas y los burócratas sindicales de entonces siguieron los mismos pasos. Los libertadores ejercieron su revanchismo asaltando sindicatos con los Comandos Civiles –entre los que se encontraban militantes comunistas junto a “prohombres” de la prensa como Marino Grondona- mientras las señoras “bien” de la Argentina burguesa festejaban volver a tener “sirvientas baratas”.
Ante la capitulación del peronismo, la respuesta al golpe corrió por cuenta de los trabajadores. En algunas zonas como Rosario, Berisso y Ensenada las barricadas tardaron casi dos semanas en ser liquidadas. Pero tiempo después una formidable oposición obrera –la “resistencia peronista”- enfrentará al régimen libertador impidiendo que se consolide una ofensiva coordinada de la patronal que buscaba quebrar conquistas y el imperialismo yanqui que pretendía avanzar en la penetración de sus empresas.
Perón justificó su retirada diciendo que buscó evitar un derramamiento de sangre. Pero el golpe de 1955 abrio las puertas a un derramamiento de sangre mayor. Los bombarderos al pueblo en la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955 con su secuela de entre 364 y 500 muertos, fueron premonitorios de que los gorilas estaban dispuestos a todo.
El balance histórico del peronismo como movimiento nacional burgués se cerró trágicamente con el golpe de 1955.
El último Perón
Rodolfo Walsh supo describir magistralmente el sentir de ese día en la conciencia de los trabajadores argentinos: "El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos treinta años, murió ayer a las 13:15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un líder excepcional"
Perón fue sin ninguna duda una de las figuras fundamentales de la política nacional durante el siglo XX. Fue el líder de un movimiento nacional burgués que concentró la adhesión de la mayoría de la clase trabajadora. Sin embargo pese al apoyo de las mayorías populares, su función fue mantener intactos los cimientos del país burgués y terrateniente.
Perón apareció en la escena política como uno de los cabecillas e ideólogos del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) que harán la llamada Revolución de 1943, poniendo fin al gobierno conservador de Ramón Castillo. A la cabeza de la Secretaria de Trabajo y Previsión, Perón estableció lazos con los sindicatos reformistas de aquellos años de origen socialista y sindicalista e impulsó leyes progresistas que le permitieron ganar el apoyo de los trabajadores. Expulsado del gobierno del Gral. Edelmiro Farrell por presión de la oligarquía, las masas obreras protagonizaron una histórica huelga general y desde las grandes barriadas del Gran Buenos Aires se avanzó hasta ocupar la capital, hasta entonces inmaculado centro político de la oligarquía, obligando a su liberación y dando lugar al mito fundador del peronismo: el 17 de octubre de 1945.
Vale aclarar que el peronismo siempre buscó evitar que este tipo de acontecimientos se repitiera. Perón se enfrentó a un frente burgués pro-imperialista auspiciado por el embajador norteamericano Spruille Braden, que integraban conservadores, radicales, socialistas y el Partido Comunista. El peronismo constituyó un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión obrera otorgandoles innumerables conquistas sociales y políticas, además de el papel de columna vertebral del movimiento peronista.
Vale aclarar que el peronismo siempre buscó evitar que este tipo de acontecimientos se repitiera. Perón se enfrentó a un frente burgués pro-imperialista auspiciado por el embajador norteamericano Spruille Braden, que integraban conservadores, radicales, socialistas y el Partido Comunista. El peronismo constituyó un movimiento nacionalista burgués que logró la adhesión obrera otorgandoles innumerables conquistas sociales y políticas, además de el papel de columna vertebral del movimiento peronista.
Integrando los sindicatos al Estado burgués, alentó la formación de una burocracia dirigente, reprimió toda disidencia por izquierda e impuso la idea de que el objetivo central del Estado burgués debía ser lograr la armonía entre obreros y patrones.
Perón logró liquidar la independencia política e ideológica de los trabajadores. Ese fue su principal contribución a la perpetuación del orden capitalista en Argentina. Su nacionalismo consistió en aprovechar la retirada del imperialismo británico para negociar el status semicolonial del país ante el imperialismo yanqui. Pero en septiembre de 1955, cuando el imperialismo norteamericano impulsa el golpe contra su gobierno, Perón es derrocado sin luchar. La única resistencia a la Revolución Libertadora fue la de la clase obrera que enfrentó a los golpistas sin directivas y sin armas debido a la defección de la burocracia dirigente de los sindicatos.
Con su salud deteriorada, Perón retorna del exilio en 1973, convocado como tabla de salvación por las FF.AA y la burguesía, para poner fin a la insurgencia obrera y popular que desde la semiinsurrección del 29 de mayo de 1969 en Córdoba, el Cordobazo, había herido de muerte a la dictadura de la Revolución Argentina. Perón vuelve para desviar ese poderoso movimiento de masas que tuvo a la clase obrera como protagonista y que cuestionó al conjunto del país burgués. Para ello utilizó a las organizaciones guerrilleras del peronismo como Montoneros a fin de contener por izquierda a la juventud, alentándolas como “formaciones especiales” para luchar por el “socialismo nacional” mientras se apoyaba en la burocracia sindical para contener a la clase obrera.
Domingo Perón, se propuso un Pacto Social que favorecía a las patronales para lo que era necesario restaurar la disciplina en las fábricas. Para ello se valió primero del engaño de tinte frente populista con Héctor Cámpora - 25 de mayo-13 de junio de 1973- primero, y tras el golpe de palacio que dio la derecha peronista luego de la Masacre de Ezeiza - 20 de junio de 1973 - , de las bandas armadas de las Tres A.
Perón retornó al poder y dio vía libre a las bandas terroristas de la ultraderecha que tuvieron como blanco privilegiado de sus crímenes a los militantes de la clase obrera y la izquierda -incluidos y sobre todo de su propio movimiento- para restaurar el orden del país burgués.
Al poco tiempo de asumir su tercer mandato, Perón recibió con todos los honores al genocida Augusto Pinochet que acababa de llevar adelante la contrarrevolución en Chile. Y poco antes de morir, expulsó a los Montoneros de la Plaza de Mayo calificándolos de "estúpidos e imberbes", amenazando con dejar a los matones de la burocracia sindical "hacer tronar el escarmiento".
Bajo su gobierno y mucho más, luego de su muerte cuando el poder quede en manos de Isabel, los crímenes desembozados de la Triple A y el anticomunismo visceral serán sello de marca del gobierno peronista.
Perón solía decir frente a los embates insurgentes de la clase obrera en los tiempos combatientes de la resistencia peronista, que entre la sangre y el tiempo elegía el tiempo (una elección que favorecía a la burguesía y el imperialismo en sus intentos por derrotar a los trabajadores. Sin embargo, en aquellos años finales de su vida como Presidente, y frente a la insurgencia de la clase obrera, claramente eligió la sangre.
El “bautismo de fuego” de la derecha peronista
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega - Ministro de Bienestar Social - todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del Teniente Coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada. La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.
Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza
Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular – que se inició con el mayo cordobés - y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través delGran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del ‘73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde – que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza - y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.
Los hechos
Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, Gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad del brujo, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.
Después de Ezeiza
La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.
Referencias:
1. Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2. Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.
Los bombardeos de junio de 1955: la antesala del derrocamiento de Perón*
Tras el inicio del segundo gobierno de Perón, la crisis económica que se hizo abierta a partir de 1952 hizo estallar una serie de contradicciones dentro del régimen peronista: por un lado, se acentuó la ofensiva imperialista, ya que Estados Unidos retaceó la inversión de capitales a la espera de una capitulación definitiva del régimen, por otro lado, la burguesía exigió una mayor explotación de la clase obrera, base de apoyo del régimen. Por otra parte, el descontento social afectó el poder de los sindicatos tan fuertemente construido a lo largo del gobierno peronista. El gobierno intentó recurrir a un “pacto” con empresarios y sindicalistas para aumentar la productividad del trabajo. Ninguna de sus políticas dio los resultados esperados.
La imposición de nuevas condiciones de trabajo chocó contra la resistencia de las bases obreras y la delicada ubicación de los sindicatos frente a esta resistencia. Al mismo tiempo la relación con otros sectores sociales se deterioró aceleradamente. La afirmación del régimen, incluyendo una acentuación de sus rasgos más autoritarios, avivó la oposición de sectores sociales y políticos, desde los partidos políticos tradicionales hasta los estudiantes, amplios sectores de la intelectualidad, y a fines del gobierno, se sumó la oposición de su anterior aliado, la Iglesia.
Frente a la emergencia de la crisis la oposición, antes clausurada, encontró caminos para expresarse y sumado al deterioro de la situación general, coadyuvaron al desgaste político del gobierno. A mediados de 1955 esta situación hizo crisis.
El 16 de junio un sector de la Marina y la Fuerza Aérea bombardeó y ametralló la Casa de Gobierno y sus alrededores, provocando cientos de muertos y heridos entre los trabajadores que concurrieron a Plaza de Mayo para defender a Perón. Ese día, Perón habló por radio:
“Como Presidente de la República pido al pueblo que me escuche lo que voy a decirle. Nosotros como pueblo civilizado no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión sino por la reflexión. La lucha debe ser entre soldados. Yo les pido a los compañeros trabajadores que refrenen su ira, que no cometan ningún desmán. No nos perdonaríamos si a la infamia del enemigo le agregáramos nuestra propia infamia. Prefiero que sepamos cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue. Nosotros no somos encargados de castigar”. (La Nación 17 de junio de 1955).
Las palabras de Perón fueron seguidas por un comunicado de la CGT en el mismo tono desmovilizador:
“La Confederación General del Trabajo ha dispuesto para mañana hasta las 24 horas un paro general de todas las actividades en señal de duelo. Ese paro, compañeros, debemos hacerlo recogidos en nuestras casas, venerando la memoria de quienes ofrendaron sus vidas para defender la doctrina de Perón.” (La Nación 17 de junio de 1955)
Lograr que los trabajadores dejaran en manos del gobierno la “defensa de sus conquistas” y aventar el peligro de la movilización popular en las calles era la gran preocupación del gobierno y de las clases dominantes, las luchas de los años 50 habían sido ya una muestra de la potencialidad de la movilización obrera. Sin embargo, ni los trabajadores parecían dispuestos a descargarse de la tarea de defender sus conquistas, ni la clase dominante confiaba en que Perón pudiera controlar a las masas.
En estos términos, la política de “pacificación” no prosperaría y no podía esperarse más que una agudización de la lucha de clases.
A fines de agosto, en una movilización multitudinaria convocada por la CGT, al grito de “La Argentina sin Perón es un barco sin timón”, el presidente autorizó a sus seguidores a hacer justicia por sus propias manos: "A la violencia le hemos de responder con una violencia mayor; cuando uno de los nuestros caiga caerán cinco de ellos. Hoy comienza para todos nosotros una vigilia en armas".
Ante esta ubicación del gobierno, la primera respuesta provendrá del ejército: un grupo de oficiales se sublevó en Córdoba. Ante esta acción militar, la dirección de la CGT manifestó a la cúpula del ejército la decisión de “poner a disposición las reservas voluntarias de trabajadores a fin de impedir en el futuro cualquier intento de retrotraer a los trabajadores a las ignominiosas épocas anteriores al justicialismo”. Franklin Lucero, jefe del Ejército, agradeció el gesto de la CGT pero consideró el aporte “innecesario”. Evidentemente, la sola imagen de las “milicias obreras” resultaba inadmisible para los militares y en verdad, tampoco los dirigentes sindicales pensaban llevar hasta el final su oferta y abandonaron la escena, dejando finalmente la situación en manos de las Fuerzas Armadas.
Esta ubicación de la burocracia sindical expresaba la política que el régimen adoptó frente a la crisis abierta. Las clases dominantes esperaron de Perón una salida que Perón no pudo dar: los trabajadores no aceptaron negociar conquistas pese incluso al rol que jugó la burocracia sindical. Con la constatación de la ineficacia del gobierno como herramienta de las clases dominantes para imponer sus necesidades, pero también de la falta de disposición del régimen para resistir su propia supervivencia, éstas pasaron a la ofensiva.
Así, cuando el 16 de septiembre se produjo el golpe militar que derrocó a Perón, el líder no ofreció resistencia; habiéndose negado a recurrir a los trabajadores, buscó asilo en la embajada de Paraguay, demostrando la aceptación de los intereses superiores de las clases dominantes nativas y del imperialismo.
*El artículo es parte de una obra de próxima edición, Historia del Movimiento Obrero, que coordina la autora.
Historia, política y mitos
En su intento de construir una “nueva derecha” (que es tan vieja como la oligarquía) Horacio Verbitsky escribe este domingo que “las clases sociales que organizaron la Nación e insertaron su economía en el mercado mundial como proveedora de bienes primarios e importadora de productos industriales y excedentes de población no fueron capaces de construir un partido político que expresara sus intereses en la competencia electoral (…) Desde 1916 en adelante esa oligarquía liberal (…) fue una y otra vez derrotada en las urnas por fuerzas plebeyas que expresaron el ascenso social de la inmigración extranjera y de los migrantes internos en la generación siguiente.
Las políticas regulatorias y distributivas del yrigoyenismo y del peronismo enardecieron a esos sectores propietarios, que no compartían la visión de la izquierda marxista para la que esos movimientos eran tibios reformistas que propugnaban una imposible conciliación de clases e incluso portaban elementos autoritarios y fascistizantes”.
Verbitsky intenta así lograr el engarzamiento del kirchnerismo en esa historia nacional de “épica antioligárquica” de la cual Yrigoyen y Perón son predecesores.
Yrigoyen y la oligarquía
Milcíades Peña, gran historiador marxista de los años 50’ y 60’, escribía sobre la UCR de Yrigoyen que “todos votaban por el radicalismo: terratenientes, industriales, pequeño burgueses, obreros. Pero la UCR no los representaba a todos, ni todos controlaban a la UCR. El núcleo esencial y dirigente del partido, el que determinaba la política efectiva y desprendía de su propio medio ministros y altos funcionarios, estaba perfectamente mancomunado en ideas e intereses fundamentales con el imperialismo inglés, con el capital financiero e industrial tan íntimamente vinculado a los dos primeros (…) Las cuatro quintas partes de la UCR eran populares pero el quinto decisivo (…) servía al imperialismo y a la burguesía argentina” (Historia del pueblo argentino, Emecé).
La ligazón con la familia Anchorena –nombre emblemático de la oligarquía- daba cuenta del carácter social de la conducción radical. Las represiones brutales a los obreros en la Semana Trágica y las huelgas patagónicas de 1920-21, terminarán de confirmar ese carácter pro patronal y antipopular. Bastante lejos de la hermosa leyenda que pinta Verbitsky.
Perón y la “defensa del estado”
“Se ha dicho, señores, que soy enemigo de los capitales, y si ustedes observa los que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos más decidido que yo, porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del estado” (Historia…) decía Juan Domingo Perón, allá por 1944.
El entonces Secretario de Trabajo y Previsión social agregará que él también es patrón y sabe que, para mantener contentos a los obreros, hay que felicitarlos cada tanto con una palmada en la espalda. Como escribió el investigador británico Daniel James, una vez instalado en el poder, “el peronismo fue en cierto sentido, para los trabajadores, un experimento de desmovilización social pasiva. En su retórica oficial puso cada vez más de relieve la movilización controlada y limitada bajo la tutela del estado” (Resistencia e integración, Siglo XXI).
La política “distributiva” del peronismo fue de la mano con limitar la independencia política de la clase trabajadora. Tarea que se complementó con la subordinación de las organizaciones obreras al estado y la creación de una enorme burocracia sindical que se sostiene hasta hoy. “Detalles” que el periodista de Página12 omite.
La historia reciente y el mito K
La historia reciente y el mito K
El “relato” del periodista de Página12 continúa señalando que la “conformidad entre poder económico y gobierno electo fue excluyendo cada vez a más personas hasta estallar con la crisis de fin de siglo. Esto dio lugar a una segunda etapa, que dura hasta hoy, en la que uno de los partidos históricos volvió a las fuentes y expresó desde el gobierno los intereses que lo sustentan, lo cual lo puso en conflicto con lo que Eduardo Basualdo caracterizó como la oligarquía diversificada, que con actividades tanto agropecuarias como industriales y financieras, conduce a la burguesía en su conjunto y enfrenta a la alianza populista”.
Los enfrentamientos impositivos (no por la propiedad de la tierra birlada a sangre y fuego) con las patronales del campo emergieron recién en el 2008, luego de 5 años de gobierno kirchnerista. Luego de la Resolución 125, ese enfrentamiento se mantuvo velado. Nunca volvió a abrirse porque el gobierno cejó en su intención de atacar los enormes ingresos de las patronales del campo. No hay ninguna batalla “antioligárquica” seria. Sólo un mito discursivo, funcional a la polarización política con la derecha electoral de Macri, Massa y sus aliados.
Vínculos oscuros entre la Mercedes Benz, los nazis y Perón
Foto: Archivo La Nación
En La Izquierda Diario venimos publicando una serie de artículos sobre la oscura historia de la empresa de capitales alemanes Mercedes Benz, ubicada en La Matanza. Hemos abordado la historia de lucha de sustrabajadores en la década del ’60 y ’70 ; la de sus sobrevivientes que siguen luchando por justicia por los 14 obreros desaparecidos durante la última dictadura ; y sobre la historia de causa penal contra la empresa que aún hoy goza de total impunidad. Hoy publicamos con esta entrega la oscura historia de su fundación con capitales nazis, su entrada al país y su relación con Perón.
La derrota de los nazis y la fundación de la Mercedes Benz Argentina
Transcurría la Segunda Guerra mundial, hasta que en 1943 los nazis pierden la batalla de Stalingrado a manos del Ejército Rojo. Los alemanes, que sabían que habían recibido un durísimo golpe, comienzan a preparar la retirada, lo que incluye también sacar sus capitales acumulados en Alemania.
De acuerdo a los documentos a los que tuvo acceso la documentalista alemana Gaby Weber, realizaron una conferencia secreta el 10 de agosto de 1944 en la ciudad de Estrasburgo, Francia, donde recomendaron la fuga de capitales hacia países neutrales. Argentina sería uno de los destinos. El documental, disponible en Netflix, “El escape de Hitler” (2011) de Gueilburt, trata de demostrar, entre otras cuestiones, la llegada desde 1945 de una serie de submarinos nazis a la región de la Patagonia Argentina, entre los que se encontrarían sus riquezas.
En dicho documental nombran la investigación de Gaby Weber, documentalista e historiadora alemana, que ha publicado dos importantes libros al respecto: “La conexión alemana” (2005) y “Los expedientes Eichmann” (2013). Ambas publicaciones y tesis están basadas en documentos de la CIA, a los que pudo acceder y que le costó que EE.UU. le prohibiese la entrada luego de sus primeras investigaciones, y del acceso a archivos alemanes, luego de ganarle dos juicios al Estado alemán como cuenta ella misma en una entrevista realizada por el programa “Leyendo con el autor”.
Weber en esos libros y documentos varios, sostiene que fue Jorge Antonio, un empresario argentino ligado a Perón, quién con el dinero de los nazis fundó la Mercedes Benz en 1951, junto con otras 60 sociedades anónimas. En sus documentos referentes al tema, que se pueden encontrar en su página web, publica el siguiente diálogo con el empresario peronista: “’¿Nunca se había preguntado si administraba dinero nazi?’, ’Con nosotros, los alemanes hicieron mucho dinero’, dice Antonio con una sonrisa, ’Si Usted lo llama lavado de dinero... Yo quería una fábrica de camiones y la conseguí’”.
El vínculo con Perón
Jorge Antonio conoció a Perón en el año 1943, pero luego de 6 años empezaron a frecuentarse y establecer una relación personal, justo cuando se convirtió en director de la Mercedes Benz local. Las denuncias sobre el empresario siempre apuntaron a que su estrecha relación con el poder político internacional y su rol de consejero de Perón le sirvieron para acumular una fortuna que nunca pudo precisar cómo la consiguió. De hecho, como es conocido públicamente, con plata de Jorge Antonio se compraron los terrenos en Madrid donde se construyó Puerta de Hierro, donde se alejó Perón durante el exilio después de 1955.
En el libro El lavado del dinero nazi en la Argentina, Weber demuestra que desde 1951, cuando se establece la sucursal de Mercedes Benz en la Argentina, el dinero de los nazis fue a parar a las arcas de las empresas radicadas en Argentina sin que queden registros contables de esas transferencias. En esta operación resalta el nombre de Jorge Antonio, como amigo de Perón y hombre de confianza de los alemanes en el Río de la Plata, que pasó de de tener apenas un buen sueldo en 1950, a convertirse en accionista o dueño de unas 60 empresas cinco años después.
"Tal como explico en mi libro [dice Gaby Weber], en abril de 1950 Jorge Antonio firma con la empresa alemana un acuerdo, un gentlemen agreement. El plan es fundar Mercedes Benz Argentina con una fábrica de camiones y comenzar de inmediato la exportación de vehículos.
En septiembre de 1951, de la nada, surge Mercedes Benz Argentina. Y en pocos años Antonio y Daimler Benz adquieren sesenta sociedades anónimas. El capital invertido asciende a miles de millones de pesos, que deben haber entrado desde Suiza a la Argentina en valija diplomática o por contrabando. (…) Durante casi cinco años, Antonio y las empresas alemanas desarrollaron un sistema complejo para reciclar el dinero nazi por medio de importaciones y exportaciones.”. La investigación también sostiene que Perón se beneficiaba personalmente con esas negociaciones, que se dieron en los mismos años en que transcurrió su primera presidencia (1946-1952).
El criminal nazi Adolf Eichmann en la Mercedes Benz Argentina
Antonio recibió también de Mercedes Benz listas con nombres de especialistas, personas que resultaban ser nazis y no técnicos. Entre ellos estaba el nazi Adolf Eichmann, Teniente Coronel de las SS, que con documentos de identidad falsificados por el Vaticano arribó al puerto de Buenos Aires el 14 de julio de 1950. En octubre, la policía local le entregó un nuevo documento de identidad. Según la historiadora, fue Jorge Antonio el encargado de esconder el oro nazi con el que se crearon empresas pero también con el que se financió la fuga de sus criminales de guerra.
Incluso Jorge Antonio aceptó que fue él quien personalmente empleó a Eichmann en Mercedes Benz, cuando aún la fábrica no había iniciado la producción. En una entrevista realizada por Felipe Pigna, el empresario peronista declaró: “Pensé que era una monstruosidad lo que había hecho Eichmann, pero pensé también que era la guerra y él no hacía más que cumplir órdenes”. También publica Weber las siguientes declaraciones: “Daimler me pidió darle un puesto de trabajo porque eran técnicos. Lo conocía bajo su nombre verdadero, pero no me interesaba”.
Eichmann, el oscuro personaje nazi que retrata Hannah Arendt en “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal”, fue el mismo que declaró: “No me arrepiento de nada. Si nosotros hubiéramos matado de los 10,3 millones de judíos a 10,3 millones de judíos yo estaría contento y diría: está bien, liquidamos a un enemigo".
Fue en 1957 la Comisión Interna de los trabajadores quien realizó un reclamo a la gerencia por la captura de Eichmann, que aún por esos años se encontraba trabajando en Mercedes Benz Argentina como electricista.
Todos los testimonios hacen creer que se sabía que Eichmann bajo otra identidad, Klement, trabajaba en la planta. Uno de ellos cuenta: “Prácticamente toda la plana mayor de la empresa estaba integrada por inmigrantes de la Alemania de posguerra. Entre ellos había miembros de la Wehrmacht (ejército alemán), oficiales de la SS (...) Más de uno sabía que Klement en realidad era Eichmann, pero el tema era ’tabú’”.
Cómo Adolf Eichmann salió finalmente de la Argentina también es uno de las líneas de investigación de Gaby Weber. Pero lo cierto es que no fue el único personaje oscuro que estuvo en la Mercedes Benz.
En 1960, días antes del secuestro de Eichmann, asumió la dirección de la empresa William Mosetti. Este había sido oficial de Mussolini, hasta que en 1943 se pasó al bando de EE.UU., cuando consiguió la ciudadanía y se alistó en el Ejército del país imperialista. Luego de finalizada la guerra, había vuelto a trabajar para la petrolera Standard Oil, hasta que el 29 de abril de 1960, luego de que se lo enviase a la Argentina, la asamblea de los accionistas de la Mercedes Benz local lo eligió como Director General hasta 1975. Los trabajadores de la Mercedes Benz y el “Grupo de los 9”, que desafió a la burocracia del SMATA en los ’70, tuvo que enfrentar también a estos oscuros personajes de la Segunda Guerra mundial en el directorio.
Día del militante: cuando Rucci sostuvo el paraguas
Según cuenta la leyenda, Perón distribuyo armas entre un grupo de militantes de la comitiva para enfrentar cualquier intento de provocación. La jornada fue tensa y un oficial martillo su arma frente a Perón provocando que Lorenzo Miguel se interpusiera con un grito desgarrador. El general Perón fue retenido en el Hotel de Ezeiza hasta la madrugada del día siguiente cuando decidieron liberarlo y pudo dirigirse a la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López. Allí comenzó una peregrinación de militantes y dirigentes de todos los colores políticos transformándose en uno de los polos de la política argentina de aquel tiempo.
El retorno de Peŕon fue el producto de las negociaciones con la dictadura de Alejandro Lanusse, de lo que se conoció como el intento de montar un Gran Acuerdo Nacional. El interés de la dictadura era lograr un acuerdo con Perón para frenar el proceso de insurgencia obrera y popular que se había iniciado en el Cordobazo del 29 de mayo de 1969, cuando una insurrección obrera y popular ganó las calles de la ciudad y derroto a las fuerzas represivas. Una serie de levantamientos y huelgas sucedieron al Cordobazo y marcaron el fin del sueño de perpetuarse de Juan Carlos Onganía y el efímero gobierno de Rodoflo Levingston. A diferencia de sus predecesores,Lanusse fue quien comprendió que los días del régimen proscriptivo iniciado por la Revolución fusiladora de 1955 había llegado a su fin y que era necesario traerlo a Perón para impedir que fueran las masas con su movilización quien barriera a la dictadura y ajustara cuenta con las Fuerzas Armadas. Las negociaciones con Perón exiliado en Madrid fueron llevadas a cabo por el coronel Francisco Cornicelli, afiliado secreto del Partido Comunista, y permitió que se sellara el acuerdo por el cual se puso fin a la proscripción del peronismo aunque con una clausula que impidió al propio Perón ser candidato.
El retorno de Perón coronó 17 años de lucha de la clase obrera y el pueblo pobre que se identificaba con el peronismo y había hecho del fin de la proscripción y el retorno de Perón una de sus banderas democráticas elementales. La izquierda peronista que dirigía la juventud creyó ver en la Quinta de Gaspar Campos, la meca de la lucha por el “socialismo nacional” tal cual Perón prometía en las películas de difusión que realizaba Pino Solanas.
Pero Perón retorno con López Rega y amparando ya desde entonces a la burocracia sindical, a quienes escondió detrás de bambalinas, porque ahora se trataba de ganar las elecciones y para ello era imprescindible contar con el apoyo de la “juventud maravillosa”. Poco menos de un año después van a ser las balas y las bombas de las bandas de la derecha sindical peronista y las Tres A las que hablen en nombre de Perón y sepulten las ilusiones del general como líder de la Patria Socialista.
En fin, el día del militante peronista celebra los esfuerzos de una clase obrera y un pueblo pobre que en las barricadas contra la libertadora y en las valientes luchas de la resistencia peronista dio su vida por Péron. Lo hizó para una política burguesa. A partir de su retorno el propio Perón fue hilvanando la estrategia contrarrevolucionaria para hacer que la clase obrera insurgente del cordobazo volviera mansa al redil de la sociedad burguesa.
"Un día de la lealtad, 364 días de traiciones"
Hay un dicho que se le endilga al ex Presidente Eduardo Duhalde que dice que el peronismo tiene un Día de la Lealtad y 364 días de traiciones. Algo que se confirma con las celebraciones justicialistas del nuevo aniversario del 17 de octubre.
Ex k devenidos opositores, ex menemistas devenidos K, y toda la fauna de dirigentes del PJ y el FpV celebraron múltiples actos por el Día de la Lealtad. Desde el gobierno nacional prefirieron dejar pasar la fecha sin pena ni gloria.
El acto kirchnerista más importante se realizaba en el partido de Moreno organizado por el intendente de La Matanza y presidente del PJ bonaerense, Fernando Espinoza. Allí se harían presentes varios precandidatos presidenciales del oficialismo, entre ellos, los gobernadores Daniel Scioli y Sergio Urribarri y los ministros Agustín Rossi y Florencio Randazzo. En el acto Espinoza planteó que "este 17 de octubre, más que nunca, se va a conmemorar el Día de la Lealtad, que es un mandamiento que algunos supuestos dirigentes que se dicen peronistas han olvidado". A media tarde el acto kirchnerista bonaerense se encontraba empañado por la aparición del cadáver de Luciano Arruga, asesinado brutalmente por la policía bonaerense en territorio de La Matanza y encubierto por el gobierno provincial de Daniel Scioli.
Grabiel Marioto por su parte iba a realizar un acto haciendo rancho aparte del sciolismo, en Lomas de Zamora. Y el Jefe de Gabinete Jorge Capitanich lo recordaría en Campo Largo, a 210 kilómetros de Resistencia, junto al gobernador Juan Carlos Bacileff Ivanoff. El "Coqui" que llego con sueños presidenciales se tendrá que conformar con candidatearse a intendente de Resistencia.
El acto del peronismo opositor más importante lo realizó Sergio Massa en la Isla Martín García, donde Perón estaba detenido cuando estallo el 17 de octubre. De la partida massista fueron Darío Giustozzi, y los intendentes Julio Zamora (Tigre), Joaquín De la Torre (San Miguel), Humberto Zúccaro (Pilar), Daniel Bolettieri (Almirante Brown), Fernando Carballo (Magdalena), entre otros. tratando de subrayar la división el hombre del frente Renovador los llamo "El día de las lealtades", quizás con la ilusión de que sus pares del peronismo se definan a saltar el charco hacia su fuerza.
Una muchacha peronista
¿Quien soy yo? Quizás nadie, una peronista de la primera hora, la madre del que esto escribe que a mi pesar salio trosko y sin gratitud hacia el movimiento nacional. Se ríe el muy turro cuando le hablo de movimiento nacional y me recuerda que Perón huyó en una cañonera cuando las fuerzas de la antipatria, y me subraya antipatria para que sepa de la poca fidelidad entre el lenguaje y los actos peronistas, y el imperialismo lo volteaban y que fue el peronismo quien en los ’90 entrego el país.
Me recuerda el muy turro, porque los troskos son muy turros al momento de recordarle a una vieja peronista como yo que revive en su recuerdo, que prefirió confiar en los generales antes que armar a los trabajadores. Y yo le digo que sí, que tiene razón, pero los peronistas somos así; puteamos a los milicos pero porque queremos un ejército nacional y no esta manga de sanguinarios oligarcones; puteamos a los curas, pero creemos firmemente en Dios como esperanza de los pobres; puteamos a la oligarquía pero nos gusta verla a Evita -y porque no a Cristina- enfundada en las mejores ropas con esa soberbia de la mujer de pueblo que las cogotudas no pueden siquiera imitar.
Que le voy a hacer hijo, soy peronista y leal, gracias a Evita tuve mi primer muñeca, gracias a Perón conocí Mar del Plata y estudié en la Universidad.
Pero la verdad es que no fue por eso que me hice peronista, sino porque el 17 de octubre de 1945 me enamoré del pueblo en la calle, me identifiqué con él, fui una de las cabecitas negras que invadió la ciudad fui parte del llamado aluvión zoológico por el oligarcón de Sanmartino.
Pero la verdad es que no fue por eso que me hice peronista, sino porque el 17 de octubre de 1945 me enamoré del pueblo en la calle, me identifiqué con él, fui una de las cabecitas negras que invadió la ciudad fui parte del llamado aluvión zoológico por el oligarcón de Sanmartino.
Yo vivía en Floresta por la calle Moctezuma en una casa de conventillo con mi mamá, la Pepa Jagich y mi viejo Luis Rubio que, no se si te acordás Facundo, era comunista y gorila -además de burrero de alma, capaz de jugarse la quincena en una trifecta, de eso no me olvido-. También era obrero metalúrgico y trabajaba en un taller con mi tío el Tata que supo jugar al fútbol en la primera de Newel’s. A mi viejo no le caía nada bien Perón. Para él era un milico facho al estilo Mussolini. Yo hasta entonces ni idea, tan solo, vagamente, sabía que Perón salía con una actriz y nada más y eso era el comentario de todas las señoras del barrio.
Mira a este tipo con la atorranta que sale y cosas por el estilo era lo que yo escuchaba.
Pero a mi viejo, Luis, ese día lo hipnotizó la marea humana que bajaba desde los mataderos y La Matanza y nos llevó como excusa hasta las mismísima Plaza de Mayo al Chenzo, mi amigo, y a mi que en ese entonces no teníamos más de 7 años. Recuerdo que el día era soleado y caluroso, un glorioso día peronista, pero que la gente marchaba como podía, se colgaban de los troles y los tranvías, así viajamos nosotros, iban apiñados en camiones, caminaban como en procesión. Mi viejo confundido no sabía que hacer, que diría su partido, pero la verdad es que creo que lo entusiasmaba la idea de que el pueblo estuviera en la calle, porque eso Facundo era pueblo, morochaje, mamelucos y trajes de domingo, ropas raídas, perfume a jabón federal y a catinga, porque el calor de aquel día te hacia transpirar de lo lindo. Me acuerdo que en la medida que nos acercábamos al centro, que para mí y para Chenzo siempre había sido el lugar paradisíaco donde habitaban los cogotudos, las ventanas se cerraban y se sentía el cagazo del alma de todos esos ricachones.
Pero a mi viejo, Luis, ese día lo hipnotizó la marea humana que bajaba desde los mataderos y La Matanza y nos llevó como excusa hasta las mismísima Plaza de Mayo al Chenzo, mi amigo, y a mi que en ese entonces no teníamos más de 7 años. Recuerdo que el día era soleado y caluroso, un glorioso día peronista, pero que la gente marchaba como podía, se colgaban de los troles y los tranvías, así viajamos nosotros, iban apiñados en camiones, caminaban como en procesión. Mi viejo confundido no sabía que hacer, que diría su partido, pero la verdad es que creo que lo entusiasmaba la idea de que el pueblo estuviera en la calle, porque eso Facundo era pueblo, morochaje, mamelucos y trajes de domingo, ropas raídas, perfume a jabón federal y a catinga, porque el calor de aquel día te hacia transpirar de lo lindo. Me acuerdo que en la medida que nos acercábamos al centro, que para mí y para Chenzo siempre había sido el lugar paradisíaco donde habitaban los cogotudos, las ventanas se cerraban y se sentía el cagazo del alma de todos esos ricachones.
Me acuerdo que tu viejo Alfredo, que vos sabés era de una familia aristocrática, me contaba que en su casa de Belgrano su familia destilaba odio contra la chusma, la cabaretera y el demagogo, porque asi era como llamaban al pueblo, a Evita y a Perón. Nos tenían miedo a nosotros, a mi, a Chenzo, a mi viejo el comunista, a los obreros de los frigoríficos y los talleres que bajaban a la Plaza para pedir la libertad del coronel Perón. Me acuerdo que los botones nos miraban complices, porque en aquella época los botones eran peronistas. Y las empleadas domésticas nos espiaban de las puertas de los edificios con una sonrisa de simpatía. Cuando llegue a la Plaza de Mayo te juro que no lo podía creer. Eran miles y miles que nunca paraban de llegar, por donde vieras venía gente, del sur, del oeste, de los barrios periféricos de la ciudad, se decía que habían cruzado a nado el Riachuelo porque les habían levantado el puente.
Se decía que Evita había ido a las puertas de las fábricas y los frigoríficos a arengar para que los obreros salieran a la calle. Que Cipriano Reyes había sublevado a Berisso. Se decía que los milicos se preparaban para disparar contra la multitud, que a Perón lo tenían en el Hospital Militar, en la Isla Martín García, que no se sabia donde estaba. Había tantos rumores como gente en la Plaza. Yo estaba como loca era la primera vez en mi vida que estaba en medio de una movilización así. Chenzo y yo agarrados fuertes de la mano de mi viejo por miedo a perdernos saltábamos y gritábamos ’yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P, Perón’ y mi viejo nos miraba con bronca pero sin saber que hacer porque aquello era el pueblo pidiendo por él.
Me acuerdo la imagen de los hombres cansados poniendo los pies en la fuente de la Plaza para refrescarse, más tarde los oligarcones y años después los gorilas dirán las patas en la fuente como si fuéramos animales, aunque nosotros mismos decíamos las patas pero para decir algo completamente distinto a ellos. Me acuerdo que en un momento era tanta la gente que sentía que el aire se me iba y mi viejo me sacó de allí con enorme dificultad a mi y a Chenzo que le hacía imposible la salida a mi viejo porque quería quedarse, pero ya oscurecía y no sabia que iba a pasar y le subió de golpe su culpa comunista, o vaya a saber de una que le paso, pero se fue rezongando porque los obreros seguían a un milico facho y a los gritos Chenzo le preguntaba que era un facho y mi viejo que no sabia donde meterse en medio de aquella multitud que coreaba el nombre de Perón para responder esa pregunta.
Y mientras nos alejábamos por la noche ya, rumbo a nuestro hogar en el conventillo de Floresta más y más gente llegaba y nos enterábamos que Perón estaba a punto de hablar y cuando llegamos a casa, la Pepa le dio una filipica a mi viejo por habernos llevado a la Plaza, inconsciente, como vas a llevar a los chicos, que pudo haber pasado cualquier cosa, que como vas a hacer eso, pero nosotros estábamos felices y nos preparo un plato de sopa y unos churrascos y los que habitaban el conventillo alrededor de la radio escuchaban el discurso de Perón desde el balcón de la Rosada invitando al pueblo trabajador a volver a su casa cuando, pienso yo, podría haber hecho suya la Casa Rosada, porque nada ni nadie podía contra esa fuerza desplegada en la calle y en la Plaza aquel día.
Y a partir de aquel día me hice peronista con mi amigo Chenzo, quien más tarde fue herrero como su papá y peronista por siempre. Y yo más tarde milite en la UES y junto a Chenzo fuimos a la Plaza a defender a Perón cuando en junio de 1955 la aviación naval la bombardeaba y veíamos a los obreros en los camiones de recolección ir con ganchos, palos y cuchillos a defender a Perón de los milicos y caer como moscas por la metralla gritando la vida por Perón. Y nos escondimos en el subte linea A del costado del Cabildo para que no nos maten las bombas y nuestros padres nos fajaron a cintazos cuando se enteraron de aquello. Y me acuerdo de Perón hablando por radio llamando a confiar en los milicos en lugar del pueblo en la calle que fue quien lo liberó el 17 de octubre y lo llevó al poder y nunca pensé que 60 años después un hijo trosko, muy turro, me recordaría que siempre fuimos los que trabajamos los que pusimos el cuerpo y otros los que se llevaron la gloria y las ganancias.
El 17 de octubre y la lucha de clases
En el estupendo documental Los Resistentes , de Alejandro Fernández Moujan, puede verse a un grupo de ancianos participantes de la Resistencia Peronista relatando sus experiencias en el seno de lo que sin duda fue uno de los momentos más altos de la lucha de clases en la Argentina del siglo XX. Varios de ellos no dejan de aludir quejosamente al “abandono” de la lucha por parte del líder. Alguno llega a murmurar la palabra “traición”. Y sin embargo, todos se declaran fervorosos peronistas. Bastaría esa breve secuencia para percibir la enorme complejidad (social, política, ideológica, cultural) de lo que a partir del 17 de octubre de 1945 se denominó “peronismo”. En esa fecha, en la emblemática ágora que ya entonces era la Plaza de Mayo, tuvo en efecto su acta de fundación esa complejidad. Los antropólogos dirían que fue un ritual de aclamación, por el cual se confirmó un liderazgo que había sido puesto en peligro por el régimen político imperante, al cual el propio Perón pertenecía.
¿Fue, también, ese acto, parte del proceso de lucha de clases? Claro que sí: por primera vez una rebelión más o menos espontánea de importantes masas obreras y populares –solo parcialmente organizadas por sus sindicatos y algunos otros grupos de acción- ocupaba el centro de Buenos Aires con una demanda política propia. “Por primera vez”, queremos decir, con ese nivel de masividad y ese propósito. No es verdad, por supuesto, como pretenden con frecuencia los ideólogos peronistas, que esa manifestación fuera un “parto” o un “bautismo” callejero para el proletariado. A esa altura la clase obrera ya contaba con una larga tradición de protesta pública, incluso con violencia de (y contra las) masas: bastaría recordar la Semana Trágica y la Patagonia, entre tantos otros episodios. Pero sí es cierto, repitámoslo, que nunca se había visto tal masividad. Y fue una acción que –dados sus objetivos limitados- resultó en un completo triunfo de la movilización popular. Es decir: un importante ejercicio de la lucha de clases, como lo sería después de 1955 (y con más profundidad aún) el movimiento de la Resistencia. Claro que inmediatamente hay que aclarar lo archisabido –al menos desde una posición de izquierda anticapitalista-: fue un ejercicio desde el vamos secuestrado por la política de un bonapartismo burgués sui generis cuyo significado era el de la conciliación, y no la lucha, de clases, que usó la movilización para dirimir a su favor la “interna” dentro de las clases dominantes. Pero en buena dialéctica, “una cosa no quita la otra”, como se dice vulgarmente: el “secuestro” del ejercicio no anuló el ejercicio mismo ni el aprendizaje esencial que implicó para las masas: con la movilización unitaria, y hasta cierto punto auto-organizada, se consiguen efectos a veces decisivos.
Por otra parte, ese “secuestro” también fue el resultado de una “síntesis de múltiples determinaciones”, para citar a un clásico. No se puede atribuir solamente a la política bonapartista, por más astuta que fuera: ¿hace falta insistir nuevamente sobre el comportamiento canallesco del PC y los socialistas ante la Unión Democrática? ¿Sobre su complicidad, ella sí absolutamente “traidora”, con el imperialismo norteamericano? ¿Sobre la inverosímil imbecilidad teórica y política de su caracterización del naciente peronismo como “fascismo” a la criolla? Esas políticas –de alguna manera hay que llamarlas- fueron, a su modo, tan “secuestradoras” como las del propio Perón.
Dicho todo lo cual, desde ya que el 17 de octubre no fue ninguna “revolución” social ni política, como también pretenden los ideólogos peronistas (hoy mismo, en Radio Nacional, se pudo escuchar la desopilante teoría de que en la Argentina la revolución se hizo metiendo “las patas en la fuente” y no tomando el Palacio de Invierno). Pero no se puede negar –dialéctica obliga, otra vez- que, al menos por el lapso de algunos años, significó un cúmulo de reformas importantes en beneficio de los sectores populares. Y no solo desde el punto de vista estrechamente económico: también significó, para la burguesía y las clases medias más reaccionarias, una conmoción cultural nunca vista: la imagen de “las patas en la fuente” es una buena alegoría de una invasión del espacio urbano por la “negrada” que llenó de horror a (lo que a partir de entonces se llamaría) el “gorilaje”, que expresó un odio de clase que se vería incluso reflejado en excelsos textos literarios (recuérdese “Casa Tomada” de Cortázar o “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy), y que –es una de las interesantes “paradojas” de la política argentina- no se les apareció superestructuralmente contradictorio con la defensa en última instancia (y a veces no tan última) de los intereses de esas mismas clases “odiadoras” que fue la política global del peronismo. También la defensa popular ante ese odio de clase fue un aprendizaje condensado del 17 de octubre –aunque tampoco haya empezado allí-. Y también ella, sin duda, fue sistemáticamente “secuestrada” en las décadas siguientes por el bonapartismo burgués. ¿Sigue siéndolo con la misma eficacia? No lo creo: las condiciones han cambiado mucho, y hay señales –provisorias, inciertas, vacilantes todavía, quizá, pero cada vez más claras- de que el ciclo abierto por el 17 de octubre está agotado. Ese día, con ese significado, hoy no puede repetirse. Ni siquiera como “farsa”.
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