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viernes, 10 de abril de 2015

El Manifiesto Comunista y el gobierno de los trabajadores


Queremos sintetizar algunas de las discusiones más importantes que surgen entre los compañeros que ya empezaron, y darle continuidad en una nueva serie de artículos. El primero de ellos fue Marx ha vuelto.
Marx y Engels, ya en el Manifiesto Comunista, definían que “la primera etapa de la revolución obrera es la constitución del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia”. En este artículo queremos discutir qué significan estas palabras y qué forma concreta toma esta idea.
Para eso es necesario volver a las lecciones de los principales acontecimientos de la lucha de clases por la época en que Marx y Engels escribieron el Manifiesto. Es publicado en 1848, cuando un estallido revolucionario en toda Europa pone en jaque a los gobiernos reaccionarios, apoyados en una monarquía que no era más que un cadáver político. Queremos analizar acá en qué medida esa primer idea que expresaron de poder obrero, podía asimilarse al “movimiento real” de los trabajadores y cómo este movimiento real, permite a Marx y Engels ajustar y dar mayor precisión a su idea de dictadura del proletariado. Como puede verse en la serie “Marx ha vuelto”: “Una dictadura sí, sobre la burguesía y sobre su sistema de propiedad. Pero la más amplia democracia para el proletariado, un medio para que el Estado mismo acabe por desaparecer”
Estos levantamientos y revoluciones incluyeron las jornadas de febrero y junio de 1848 en Francia, el ascenso revolucionario que comienza en marzo en Alemania y se extiende rápidamente a Austria-Hungría, y revoluciones en Italia y España: toda Europa se había levantado.
En Francia la “república social” era la principal aspiración del proletariado. La burguesía se vio obligada a proclamarla pero resultó ser, para los obreros de París, una concesión que no duraría mucho tiempo. La ilusión de que conquistando la “igualdad política” con la república, conquistaban la igualdad social se expresaba en dos demandas que iban de la mano en los levantamientos de febrero: república social y derecho al trabajo, y se derrumbó en junio junto con las últimas barricadas que cayeron enfrentando –en la primer aparición de la forma clásica de la lucha de clases en el capitalismo- a la burguesía republicana. La “república social” que en febrero solo existía de palabra se convirtió en junio en un hecho, que para el proletariado significó la república burguesa en su máxima expresión: los capitalistas disparando contra sus obreros en las calles. Con la derrota de junio los obreros comprendieron al grito en las barricadas de “¡dictadura del proletariado!”: que en un futuro buscarían ser ellos, la mayoría, los que impusieran las condiciones a la burguesía, una clase minoritaria en la sociedad.
Marx y Engels, que intervinieron directamente en el proceso revolucionario en Alemania. De este proceso internacional, y centralmente de Francia, sacaron importantes conclusiones que pusieron en común con la Liga Comunista (la organización a la cual pertenecían). Se preparaban para una segunda etapa de ascenso revolucionario. Esto finalmente no pasó y sobrevino un periodo de crecimiento capitalista que, más allá de crisis parciales, recién comenzó a entrar en crisis a principios de 1870.
Las revoluciones de 1848 fueron una evolución acelerada en el marco de un proceso de luchas de carácter democrático y nacional que se comenzaban a confundir con los primeros embates de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. En el Manifiesto comunista, Marx y Engels afirmaban que “el proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas”.
Sin embargo, al calor de este “movimiento real”, de estos primeros enfrentamientos en las calles entre burgueses y proletarios, Marx y Engels sacan la conclusión de que sólo destruyendo el aparato del Estado burgués, y poniendo en pie su propio poder es que el proletariado puede convertirse en clase dominante y expropiar los medios de producción, en manos de la burguesía, para reconstruir económica y socialmente su propio régimen basado en la propiedad nacionalizada de los medios de producción. Así, el concepto de la dictadura del proletariado entra en el marxismo de la mano del los combates de los obreros y obreras parisinos en 1848.
Marx, sacando las primeras conclusiones de la revolución de febrero, había planteado en 1852 “que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado” y que “esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”. Sin embargo, será la gran experiencia histórica de la Comuna de París de 1871, donde el proletariado dispuso por primera vez del poder político, la que aportaría una prueba de cómo “la clase trabajadora no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado tal como está, y ponerla en movimiento para sus propios fines”. Marx y Engels van incorporando estas lecciones en los prólogos a las diferentes ediciones del Manifiesto, que fueron fundamentales para las tareas programáticas de la Primera Internacional.

La Comuna de París, la “forma política al fin descubierta”: La dictadura del proletariado.

La historia no había respondido aún la pregunta sobre las características del poder obrero. Con la Comuna se da la primera experiencia en la que a través de una insurrección obrera los trabajadores se hacen del poder del Estado e inician su reconstrucción, al nivel de una ciudad. Es la forma embrionaria de un Estado obrero, que tendría su forma acabada en Rusia, luego de la toma del poder por parte de los bolcheviques apoyados en los soviets en 1917.
Con la Comuna de París, la clase obrera “organizada como clase dominante” no sólo destruye el aparato del Estado burgués, en primer lugar, el ejército y las fuerzas represivas con las que la burguesía garantiza su dominación, sino que empieza a dar forma a su propio Estado. La democracia obrera tenía dos pilares fundamentales: el pueblo en armas que la sostenía y su sistema de elección de representantes de forma directa, responsables ante sus electores, todos ellos revocables y con salarios iguales a los de un obrero calificado. Una democracia que estaba (y sigue estando al día de hoy) a años luz del régimen de democracia burguesa donde sus “representantes” sólo se votan cada 4 o 6 años, viven como una elite separada del pueblo y completamente enriquecida y resulta inconcebible que los “votantes” puedan separarlos de sus cargos en caso de que no cumplan alguna de sus tantas promesas electorales. Es una democracia preparada para sostener un régimen en el que, una minoría que tiene el poder económico, es la que domina a través del Estado y sus instituciones a la gran mayoría de la población. Hoy siguen siendo tan actuales sus lecciones, que la consigna de “que todo diputado cobre como una maestra” que levantamos desde el Frente de Izquierda, tiene sus orígenes en esta gesta histórica de la clase obrera.
La Comuna, como amplía esta nota ante su reciente 144° aniversario, consolida un método de organización de democracia directa que ya se venía gestando en la lucha del proletariado y alcanzaría como vimos, en estos más de dos meses de poder obrero, una experiencia inédita.
Una vez derrotada la Comuna de París, pasarían 35 años para que surja otra experiencia revolucionaria, la primera revolución rusa de 1905, incluso superior con el surgimiento de los soviets, consejos obreros, que años después, con el triunfo de la revolución de 1917, se transformarán en la base del nuevo Estado obrero. El marxismo aporta a que la experiencia del proletariado no se pierda; y eso se demostraba en que la nueva forma inspirada en la Comuna era tomada por el proletariado y por las lecciones que habían sacado los revolucionarios de la Comuna.
En tal sentido, una de las enseñanzas que el marxismo ruso sacaría de la Comuna de París era que había faltado un partido revolucionario que dirigiera y pudiera resistir esa primera experiencia de gobierno obrero.

La cuestión del partido revolucionario

Sobre la cuestión del “partido de los comunistas”, Marx y Engels dejaron enseñanzas en su famoso Manifiesto que resultan fundamentales: el carácter efímero de toda lucha económica y como cada lucha de clases encierra potencialmente el problema del poder, dado que sigue habiendo una clase que lo detenta (la burguesía) y una gran mayoría que lo sufre y es oprimida (el proletariado).
Pero, como señalábamos en un artículo anterior, ese antagonismo que se expresa en la lucha de la clase trabajadora por liberarse del trabajo como imposición no lleva automáticamente a la conquista del comunismo. Para ello es necesaria una organización política con la estrategia consciente de la revolución social. Un partido revolucionario que luche por el poder de los trabajadores como condición para avanzar hacia el comunismo. Por eso Marx y Engels no se dedicaron a la militancia en general sino a la militancia revolucionaria.
En el siglo XX el papel de la vanguardia comunista será aún más importante. El surgimiento del imperialismo como nueva etapa del capitalismo dio nuevas bases materiales para los sectores conciliadores con la burguesía dentro del movimiento obrero. Surgió una “aristocracia obrera” en los países que oprimían a otras naciones y se desarrolló extendidamente una burocracia. Lenin, dirigente de la Revolución Rusa de 1917, desarrolló esta cuestión planteando la necesidad de conformar partidos revolucionarios de la clase obrera, independientes política y organizativamente de aquellas corrientes reformistas y también de las “centristas” que oscilan entre los reformistas y los revolucionarios.

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