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sábado, 2 de julio de 2016

Los chistes más viejos de la historia

Escena de 'La vida de Brian', que también es un clásico
Escena de 'La vida de Brian', que también es un clásico
Voy a comenzar con uno de los chistes más viejos que conozco:
El peluquero pregunta: “¿Cómo quiere que le corte el pelo?”. Y el cliente contesta: “En silencio”.
Es muy posible que lo hayas oído antes. Quizás lo viste en Twitter: son muchos quienes lo han publicado en esta red social. Pero es viejo. Muy viejo. Tiene, como mínimo, unos 1.600 años.
El chiste forma parte del Philogelos, que se puede traducir como “el amante de la risa” y que es una antología de 265 chistes reunidos en un manuscrito del siglo IV o V.
Está en griego, pero, como explica la historiadora Mary Beard, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, en Laughter in Ancient Rome, se trata de un texto romano, con referencias a “sitios y culturas del Mediterráneo” y “referencias veladas a personajes del final de la república y el inicio del imperio”. Algunos de los chistes son incluso anteriores.
Según Beard, Roma y (en parte) el Philogelos, suponen el nacimiento del chiste tal y como lo entendemos hoy en día. De hecho, algunas de las ocurrencias de este libro pueden “deslizarse fácilmente en las convenciones cómicas de nuestra era”.
Eso sí, tampoco podemos olvidar que “hace falta mucho ingenio para lograr (o forzar) una risa moderna”, como se puede comprobar echándole un vistazo a la edición completa online. El contexto cultural y el paso del tiempo no ayudan. Por ejemplo, este chiste sobre crucifixiones tiene hoy en día implicaciones diferentes, al estar la cruz cargada de connotaciones religiosas y al no encontrar tan gracioso el tema de la pena de muerte como hace unos cuantos siglos:
Un abderita ve a un atleta crucificado y dice: “Ya no corre, ahora vuela”.
Y eso por no hablar de los chistes de lechugas, que solo se entienden si sabemos que se consideraba que esta planta ayudaba a calmar los impulsos sexuales.
También hay que tener en cuenta que los chistes (en general) no están pensados para leerse. Cuando alguien nos cuenta uno, nos reímos más por el hecho deestar entre amigos, compartiendo una cerveza, que por la ocurrencia en sí, que suele tener un nivel justito. Todas las antologías de chistes resultan tediosas, como sabrá cualquiera que haya intentado leer una, sea moderna o clásica.
Y ahora que ya hemos dejado claro que no nos vamos a reír, echemos un vistazo a los chistes que se contaban los romanos.
¿Te he contado el del tipo con halitosis?
La mayoría de chistes están protagonizados por una galería de personajes recurrentes. Algunos de ellos siguen siendo objeto de risa en la actualidad, aunque nos parezca poco apropiado. Parece que algunos temas siempre dan para gracietas, como las relaciones, el sexo y la escatología. Hay chistes sobre esposas, por ejemplo:
Un tipo le dice a su amigo: “Anoche me acosté con tu mujer”. A lo que el amigo contesta: “Yo soy su marido y tengo que hacerlo, pero tú, ¿qué excusa tienes?”.
Por cierto, este chiste lo contaba el humorista estadounidense Milton Berle en pleno siglo XX, según recogen Jimmy Carr y Lucy Greeves en Only Joking.
También hay chistes de borrachos:
Un tipo está abroncando a un borracho porque pierde toda noción de la realidad cuando bebe más de la cuenta. A lo que el borracho le contesta, indignado: “Mira quién habla… El tipo que tiene dos cabezas”.
Los hay sobre abderitas, los leperos del imperio romano. De hecho, se trata del segundo grupo de chistes más numeroso, con 60 historias dedicadas a ellos o a los habitantes de Sidón y Cime, de fama similar.
Un abderita ve a un eunuco hablando con una mujer y le pregunta si es su esposa. El hombre le responde que es un eunuco y que no puede casarse. “Ah, entonces es tu hija”, le dice.
También hay chistes protagonizados por misóginos:
Un misógino está frente a la tumba de su mujer. Un desconocido le da el pésame: “¿Quién está descansando ahora?”. A lo que el misógino contesta: “Yo, ahora que por fin estoy solo”.
Y había chistes sobre halitosis, un asunto prácticamente olvidado en el repertorio de los cómicos de hoy en día. Estos chistes dan muestra de un pequeño drama por el que debían pasar a menudo los romanos:
Un hombre con mal aliento decide suicidarse. Así que se envuelve la cabeza hasta que se asfixia.
Hay incluso un chiste que a los británicos les recuerda al famoso sketch del loro muerto de Monty Python. Este es el sketch:
Y este es el chiste:
Un hombre acude al vendedor de esclavos y se queja de que uno de los que acaba de comprar se ha muerto, a lo que el vendedor responde: “¡Nunca hizo nada parecido cuando estaba conmigo!”.
El grupo más numeroso de chistes (103) es el protagonizado por losscholastikos, un término de difícil traducción en este contexto. Beard opta poregghead (intelectual, en tono despectivo), aunque otros prefieren estudiante tonto, pedante o incluso profesor despistado:
Un intelectual vio un pozo muy profundo en su región y preguntó si el agua estaba buena. El campesino le dijo que sí, que sus padres solían beber de ese pozo. El intelectual exclamó: “¡Qué largos debían ser sus cuellos si podían beber de un pozo tan profundo!”.
No se trata de chistes propiamente “de tontos”, sino de burlas a gente que usa un pensamiento tan lógico y tan correcto que llega al absurdo. Más ejemplos:
Un intelectual se cruza con un conocido y le pregunta: “¿Quién murió, tu hermano gemelo o tú?”.
Un intelectual se compra una casa y se asoma por la ventana para preguntar a los viandantes si le queda bien.
Un tipo se encuentra con un intelectual y le dice: “Anoche te vi en un sueño”. “Vaya -contesta el intelectual-, estaba tan ocupado que yo no te vi a ti”.
Pequeñas lecciones de antropología
Según recoge Beard, los chistes (en general) tienen éxito porque nos ayudan a ver nuestras vidas y nuestros prejuicios como si acabáramos de llegar de otro planeta. En este sentido, un cómico funciona en ocasiones como un antropólogo doméstico que pone de manifiesto los errores de lo que consideramos sentido común al hacernos dudar acerca del sentido que tienen estas ideas preconcebidas, más allá de la costumbre. Y, por este motivo, los chistes sobre intelectuales del Philogelos son los que mejor funcionan en la actualidad.
En uno de los chistes, por ejemplo, un intelectual se cruza con su médico y se disculpa por no haber estado enfermo en mucho tiempo, subrayando “lo extraño de nuestra relación con un hombre cuya prosperidad depende de nuestra enfermedad”.
También hay pequeños apuntes acerca de nuestra forma de percibir el mundo, como en el caso del pedante que decide aligerar su deuda de un millón y medio borrando el “y medio” del certificado de deuda.
Encontramos incluso reflexiones acerca de la fragilidad de nuestra identidad:
Un barbero, un calvo y un intelectual están de viaje. Acampan por la noche y hacen turnos para vigilar el equipaje. Durante su turno, el barbero se aburre y le afeita la cabeza al intelectual. Cuando el barbero le despierta para que siga él, el intelectual se toca la cabeza y dice: “Este tío es tonto: ha despertado al calvo en lugar de a mí”.
Los chistes también cuestionan convenciones sociales, jugando con los límites y significados de algunas categorías, como en el caso del intelectual que en mitad de la noche se mete en la cama de su abuela, hasta que su padre le descubre y le da una paliza: “Esto es injusto -dice el intelectual-. Tú te acuestas cada noche con mi madre y yo no te digo nada. En cambio, tú te enfadas por una vez que me acuesto con la tuya”.
No lo contéis en Navidad.
El origen del chiste moderno
Beard subraya que no se puede hablar de un “primer chiste de la historia”, ya que siempre ha habido comentarios graciosos, epigramas, fábulas e incluso pintadas en la pared. Pero el Philogelos muestra que en Roma nace el chiste tal y como lo entendemos hoy en día. Es decir, como una forma encapsulada de humor que funciona a modo de moneda social: “Intercambiamos chistes. Los contamos de forma competitiva. Para nosotros, también, son mercancías que tienen un valor y un origen”.
Y esto ocurría más en Roma que en la Grecia clásica. El hecho de que los chistes se recogieran en manuscritos, se compraran, se vendieran y se intercambiaran, muestra que estas historietas no eran ni transgresoras ni excepcionales, sino que formaban parte de la cultura romana. Y el hecho de que se copiaran sin mencionar al autor muestra que formaban parte de una tradición oral: los romanos se contaban chistes de forma habitual y tanto sus autores como sus protagonistas eran anónimos.
Esto está cambiando de nuevo, como explican Carr y Greeves en Only Joking.Los chistes pocas veces se ponían por escrito y cuando se hacía, ya fuera en elPhilogelos o en los "libros de facecias" que se empiezan a recoger a partir del siglo XV, ya nadie recordaba quién era su autor. “Incluso en los años 50 y 60 se veía como perfectamente normal que los cómicos robaran chistes y rutinas enteras de otros humoristas”. En cambio, hoy en día es casi peor robar un chiste que no ser gracioso, como se puede ver por las polémicas acusaciones a Dane Cook y, más recientemente, a Amy Schumer, por ejemplo.
Con la llegada de la televisión y con los primeros discos y cassettes de chistes y monólogos, se empieza a identificar a los autores de estas ocurrencias, sobre todo en el caso de humoristas con una personalidad muy marcada. Nadie le robaría un chiste a Woody Allen o a Andy Kaufman (en caso de que alguna vez hubiera contado alguno).
Y ocurre cada vez más con las redes sociales, a un nivel sin tantas aspiraciones. Muchos se esfuerzan en Twitter por crear chistes y se enfadan, con razón, cuando se reproducen sin citar. Sobre todo (y como ya vimos en su momento) cuando lo hacen cuentas dedicadas a reproducir contenidos en busca de ingresos publicitarios. Es decir, hoy en día los chistes vuelven a tener autor, como en la buena época anterior al Philogelos.
Lo cual no quita que muchos de esos chistes supuestamente originales no sean más que nuevas versiones de chistes muy viejos. Chistes de 1600 años de antigüedad. Como el del peluquero que veíamos al principio. Aunque hay que reconocer que sigue siendo tan válido hoy en día como entonces.

Los chistes del 'Philogelos', a prueba

Para probar si estos chistes conservan algo de gracia, el cómico Jim Bowen decidió en 2008 subirse a un escenario y leerlos en voz alta.
Según explica Mary Beard también en Laughter in Ancient Rome, la actuación fue exitosa, pero el mérito es, sobre todo de Bowen y del traductor, William Berg, que adaptaron el lenguaje y el ritmo de los chistes a las expectativas contemporáneas. Además, el público había acudido a la representación con ganas de reír, “hasta el punto de que muchos de los que más se reían también se reían de sí mismos por reírse de estos chistes romanos muy, muy viejos”. Hay algún vídeo en YouTube.
Este vídeo arranca con Bowen hablando del tipo que va al médico porque se siente mareado durante media hora después de despertarse. “Bueno, pues levántase media hora más tarde”, le contesta el doctor. A mí me ha recordado a este chiste que no nos hacía gracia ni de niños:
-Doctor, me duele aquí.
-Pues váyase allí.
-¡Me sigue doliendo!
-¡Doliendo, no sigas a este señor!
Como es perfectamente comprensible, el público no se ríe tanto de la ocurrencia como del hecho de que Bowen les recuerde que aún quedan varios centenares de chistes similares. A menudo nos reímos de lo que nos da miedo.

viernes, 1 de julio de 2016

BICENTENARIO DEL CONGRESO DE TUCUMAN

Las Provincias Unidas, antes del Congreso


El 9 de julio se cumplirán 200 años del Congreso de Tucumán. ¿Qué ocurría en las Provincias Unidas del Río de la Plata un año antes? 1815 fue un año de viraje. Luego de la derrota de Napoleón, en Europa triunfaba la reacción y la Santa Alianza rediseñaba el mapa del viejo continente. En España, Fernando VII era repuesto en su trono, aplastando a los liberales y planteándose la reconquista de sus posiciones americanas.

El 9 de julio se cumplirán 200 años del Congreso de Tucumán. ¿Qué ocurría en las Provincias Unidas del Río de la Plata un año antes?
1815 fue un año de viraje. Luego de la derrota de Napoleón, en Europa triunfaba la reacción y la Santa Alianza rediseñaba el mapa del viejo continente. En España, Fernando VII era repuesto en su trono, aplastando a los liberales y planteándose la reconquista de sus posiciones americanas.

Por el contrario, en el Río de la Plata, único baluarte no recuperado por los españoles, la situación se radicalizaba.

A esa altura, las Provincias Unidas estaban literalmente partidas en dos. De un lado Buenos Aires y las provincias orientadas por el Directorio porteño.

Del otro, el Sistema de los Pueblos Libres, el bloque de provincias que reconocía el liderazgo de José Gervasio de Artigas. ¿Qué había llevado a esta polarización? En 1811, una segunda oleada revolucionaria que tuvo su centro en la Banda Oriental y se extendió hacia nuestra Mesopotamia actual, derrotó y aisló al poder español en Montevideo. El gobierno porteño, en manos del Triunvirato -una camarilla que respondía a la burguesía comercial nativa y británica, y actuaba a instancias de la diplomacia inglesa-, consumó una mayúscula entrega. Aceptó el retiro de las tropas porteñas y la entrega de la Banda Oriental y de lo que hoy sería Entre Ríos a los realistas. Estos obtuvieron de este modo una victoria en la derrota, que fue respondida por un gigantesco éxodo de masas rurales y urbanas encabezado por Artigas y que pasó a llamarse “la Redota”. En 1813 el Triunvirato convocó a la Asamblea Constituyente que declinó declarar la Independencia, a instancias de la diplomacia británica aliada en ese momento con la Corona española contra Napoleón. Asimismo, rechazó la participación de los delegados de la Banda Oriental, los únicos elegidos a través de asambleas y portadores de un mandato que planteaba declarar la independencia, constituir una república, organizar una federación igualitaria, habilitar los puertos de Maldonado y Colonia como modo de romper la política de puerto y Aduana únicos en manos de la oligarquía porteña, prohibir que tasa alguna o derecho se imponga sobre artículos exportados de una provincia a otra y proclamar la libertad civil y religiosa “en toda su extensión imaginable”. En enero de 1815, el nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas, Carlos María de Alvear, fue más a fondo en su política contra el alzamiento que se extendía por el Litoral, proponiendo a Artigas la entrega de la Banda Oriental a condición de que éste renunciase a orientar la rebelión en el resto de las provincias. Artigas rechazó este planteo en nombre de la unidad política y territorial de las Provincias Unidas. Por su parte, el Directorio redobló la apuesta entreguista, proponiendo a los ingleses el dominio del Río de la Plata. A la vez, frente a un clima de agitación en Buenos Aires provocado por el aumento del pan y la carne, Alvear puso en pie un Estado policíaco, a través del destierro y la pena de muerte. En marzo de 1815, Santa Fe rompió con el Directorio y se sumó al Sistema de los Pueblos Libres, un signo del fin de la dictadura.

A esa altura, el Sistema reunía a la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Con San Martín gobernando Cuyo y preparando el Ejército de los Andes y Güemes en el norte, el aislamiento y debilidad de los porteños alentaba la expectativa de una nueva organización federal.

Sube la ola federal. Cae Alvear

Tras la victoria federal ante el Directorio, en Guayabos, en enero de 1815, los restos del ejército porteño abandonaron la provincia Oriental y poco después Montevideo quedó bajo el control de las fuerzas de Artigas.

El impacto de esta ocupación fue enorme en todo el territorio del ex virreinato. El artiguismo, como cabeza de la causa federal y anticentralista, alcanzó una enorme autoridad política. Se produjeron alzamientos insurreccionales a favor de la causa federal en Santa Fe y Córdoba, se amotinó el ejército porteño en Fontezuelas. Pocos días después cayó Alvear y se disolvió la Asamblea del año XIII, en medio de una algarabía generalizada.
Artigas eligió no gobernar desde Montevideo sino que dejó al gobierno de la ciudad en manos de un gobernador y del Cabildo y, en base a lo propuesto en las Instrucciones a los diputados de la Asamblea del año XIII, fundó una nueva capital a orillas del río Uruguay a la que denominó Purificación.

Desde allí se dictaban las medidas que eran aplicadas sólo con el aval de los gobiernos locales, dado que no se llegó a formalizar un verdadero gobierno central. Se pusieron en funcionamiento los puertos de Montevideo, Colonia, Maldonado y Santa Fe tanto para el comercio interior como exterior.

“Que los más infelices sean los privilegiados”

Luego de la recuperación de Montevideo, en la campaña se agravó la tensión entre las clases. Los hacendados más ricos intentaron retomar el control social del campo a través del desalojo de tierras ocupadas.

Mientras Artigas ponía el foco en que se incrementara la producción, los hacendados patriotas, por el contrario, intentaban poner el foco en la necesidad de restablecer el orden como condición para recomponer la actividad productiva. Es en este clima de virtual guerra de clases que Artigas dictó su famoso Reglamento Provisorio de Tierras.

Este planteó la confiscación de las tierras de “emigrados, malos europeos y peores americanos, que no hayan sido indultados” y también las que hayan sido vendidas o donadas por el gobierno entre 1810 y 1815, hasta que entraron los orientales a Montevideo.

Las “suertes de estancia” debían repartirse entre “los sujetos dignos de esta gracia con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres todos podrán ser agraciados en suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y la de la Provincia”.

Los terrenos debían tener el tamaño indispensable para satisfacer las necesidades de la familia adjudicataria.

Fue un completo programa agrario revolucionario adecuado al momento. Su punto de partida fue satisfacer las ansias y necesidades del sujeto social protagonista de las campañas revolucionarias, de esa gran población rural que acompañó a la revolución desde 1811. Intentó cambiar el eje de la economía oriental y crear y consolidar un nuevo sujeto social, promoviendo pequeños hacendados. Algunos han observado que no liberó a los esclavos negros, aunque sí le otorgó haciendas a los libertos y a los zambos. También a los indios -se ha dicho que Artigas es de los muy pocos líderes de la independencia que les dio un lugar preponderante a los indios.

Se equivoca Peña cuando caracteriza que “(las masas montoneras) tierra no buscaban ni les interesaba. A los gauchos del litoral ofrecerles una parcela hubiera sido insultarlos… Las montoneras no aportaban consigo un nuevo orden de producción. Se oponían a la oligarquía porteña, pero no podían contraponer ningún régimen de producción distinto a aquél en que se fundaba el poderío de la oligarquía porteña”1. La reforma agraria llevada a cabo en la provincia oriental demuestra exactamente lo contrario y se opuso al latifundio -no es lo mismo un tejido social basado en pequeños hacendados y una industria saladeril en desarrollo que una oligarquía latifundista.

Política comercial exterior e interior

Tras la caída de Alvear, las seis provincias que se agrupaban en el bloque federal fueron convocadas por Artigas a un Congreso en la localidad entrerriana de Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay) en junio de 1815.

Esas provincias conformaron una unidad política y económica en la que se pudo desenvolver un conjunto de políticas planteadas por el federalismo. Se procuró constituir una unión aduanera, con libre circulación de los bienes en su seno. El arancel exterior era alto para los productos que competían con la producción local, y más bajos para los de primera necesidad. El objetivo era preservar la producción local de las provincias federadas, pero también la de las provincias que no estaban integradas, como las de Cuyo, el Norte y Paraguay. Los comerciantes extranjeros sólo podían participar del comercio exterior, dejando la totalidad del comercio interior en manos de americanos.
Montevideo volvió a tomar un lugar de privilegio. Así, en los meses de 1815 posteriores a la recuperación de la plaza, fueron fletados más de sesenta barcos y, en 1816, a pesar de la invasión portuguesa, llegaron casi a un centenar.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata llegaron de este modo al Congreso de Tucumán con un país partido en dos, política y socialmente, y un levantamiento agrario en curso que, con sus peculiaridades, también tenía expresión en el Alto Perú y en Paraguay.

1. Peña, Milcíades: El Paraíso Terrateniente, Fichas, Buenos Aires, 1972.


La independencia para poner fin a la revolución

La “historia oficial” ha tratado siempre de ocultar las conspiraciones que se desarrollaron paralelamente a la declaración de la Independencia, que incluyeron la amputación del territorio nacional y la entrega de una de sus partes a una potencia extranjera. También los “revisionistas” participan del ocultamiento: con CFK se planteó el intento de una nueva “historia oficial”, que intentó declarar al año 2015 Año del Bicentenario del Congreso de Oriente del Bloque Federal y pretendió presentarlo como “complementario” del de Tucumán. La realidad histórica desmiente ambas “historias oficiales”. No hay tal complementación, desde el momento que el Congreso de Tucumán viabilizó una conspiración para acabar con el federalismo agrarista que se expresó en la coalición reunida en el Congreso de Oriente. El Congreso de Tucumán proclamó la independencia con el propósito de acabar con el ciclo revolucionario, abierto con la resistencia a las invasiones inglesas, y que había vuelto a retomarse en los intensos meses de 1815.

Cuando en marzo de 1816 se reúne el Congreso en Tucumán que va declarar pocos meses después la Independencia, el cuadro de situación era el siguiente: derrotado Napoleón en 1815 y repuesto en el trono Fernando VII, España había procurado recuperar sus colonias americanas. Sólo las Provincias Unidas del Río de la Plata (incluyendo Paraguay) se mantenían en pie. Al oeste, los patriotas chilenos habían sido derrotados. En el norte, los gauchos de Güemes resistían los embates realistas, rivalizando con el Ejército al mando de Rondeau, derrotado en Sipe Sipe. En el este, la corona portuguesa se había instalado en Brasil y mantenía sus antiguas apetencias sobre la Banda Oriental para llegar al Plata. En junio de 1814, Montevideo había caído en manos patriotas, lo que alejó el peligro de la expedición española dirigida por Morillo. El golpe absolutista en España (mayo de 1814) había iniciado una cacería contra los liberales (que se habían ilusionado con un monarca que aceptara la constitución liberal dictada en Cádiz en 1812), y no dejó ningún margen para mantener un gobierno autónomo en América “en nombre de Fernando”.

La cuestión de la independencia quedó colocada entonces objetivamente en la agenda de todas las clases y corrientes políticas. Pero significaba cosas distintas para cada una de ellas. Para la burguesía comercial porteña era el paso necesario para imponer el orden, dar por concluido el ciclo revolucionario, y posicionarse política y jurídicamente ante el mundo (especialmente Inglaterra), para poder negociar en otros términos su vinculación con la economía y el comercio mundiales. En la misma dirección, aunque no fuesen aún la corriente dominante, se orientaban los estancieros bonaerenses.

Tan o más importante que lo anterior, la segunda oleada revolucionaria iniciada en 1811 alcanzó su clímax en 1815, por la derrota de la dictadura que encarnaba Alvear, el alzamiento agrario motorizado por el Reglamento de Tierras y la ocupación de tierras en la Banda Oriental y en zonas de nuestra Mesopotamia.

Un Congreso amañado y de un país partido

El vacío de poder provocado por la caída de Alvear 1 fue llenado por el Cabildo porteño que nombró como nuevo director interino a Alvarez Thomas, de las filas de la Logia. El 17 de mayo de 1815, éste cursó a las provincias la convocatoria al Congreso de Tucumán en función de un complicado sistema electoral: elección indirecta, con censo previo de habitantes habilitados a votar (los que tuvieran propiedad u oficio lucrativo), para elegir un elector por cada 5.000 habitantes. Los electores concurrirían a una asamblea en la que se elegían los diputados al Congreso a razón de uno cada 15.000. Lo notable es que a la par se habilitaba sustituir este método “por el que se crea más oportuno” en caso de “grandes dificultades” 2. Es decir, carta blanca.

El primer problema que debió encarar el nuevo director fue la actitud a tomar ante el fortalecido Bloque Federal o Sistema de los Pueblos Libres, que reunió su propio Congreso -el Congreso de Oriente- en junio de 1815 en Entre Ríos, para debatir su participación en el Congreso de Tucumán. Al mismo concurrieron seis provincias: Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y la Banda Oriental. El Directorio lo desconoció y ofreció a la Banda Oriental su independencia, lo que fue rechazado por Artigas. Así, de entrada, quedaron fuera del Congreso cinco provincias (Córdoba eligió sus representantes y batalló contra la política del Directorio). Lo mismo ocurrió con Paraguay, ni siquiera convocada.

El Directorio planificó cuidadosamente la obtención de una “mayoría automática”. Se aseguró, además de la representación de Buenos Aires, emigrados que actuarían en nombre de las provincias alto peruanas ocupadas por los realistas, afines e incondicionales al Directorio. Dirigentes porteños se hicieron elegir diputados, como Pueyrredón por San Luis. Las únicas delegaciones independientes fueron: por un lado, la de Mendoza y San Juan, orientadas por San Martín, cuyo propósito era presionar por la declaración de la Independencia inmediata para dar cobertura legal y política a la proyectada invasión a Chile con el Ejército de los Andes. Por otro, la de Salta, orientada por Güemes, y la de Córdoba. Más allá de esta composición mayoritariamente trucha, ¿cuál era la calidad política de los congresales? Por el Alto Perú no venía Juana Azurduy ni uno solo de los protagonistas de la guerra de guerrillas, una característica del conjunto. Es nada menos que Bartolomé Mitre el que reconoce este hecho: “con raras excepciones sus nombres eran desconocidos a la Nación, poca o ninguna parte habían tomado en el movimiento general de la revolución” 3 .

Con la mayoría asegurada, el partido del Directorio encaró su desafío más audaz. Pactó con la Corte portuguesa, radicada en Río de Janeiro, la invasión consensuada de la Banda Oriental, para “acabar con el peligro anarquista representado por Artigas”, y lo hizo aprobar en sesiones secretas del Congreso. Este envió instrucciones “reservadas” y “reservadísimas” a los representantes ante la Corte de Río, Manuel García y Herrera, para que negociaran las condiciones de la invasión, incluyendo los previsibles reclamos y quejas que emitiría el gobierno desde Buenos Aires para guardar las apariencias. Los rechazos de las delegaciones de Salta y Córdoba fueron silenciados mediante la norma del “sigilo” que prohibía dar a conocer lo tratado en las sesiones secretas, lo que terminó con la persecución a dichas delegaciones y su abandono del Congreso.

La declaración de la Independencia

Belgrano, junto a Sarratea y Rivadavia, había viajado durante 1815 por Europa buscando el reconocimiento de las potencias europeas. Volvió a fines de 1815 sin haber logrado gran cosa y con la convicción, que transmitió al Directorio y luego al Congreso en sesión secreta el 6 de julio de 1816, que la revolución americana estaba completamente desprestigiada en Europa “por su declinación en el desorden y la anarquía”. Su conclusión era que había que “monarquizarlo todo”. Su propuesta era declarar la independencia y ponerse a tono con el nuevo espíritu europeo nombrando un rey inca enlazado con la corona portuguesa. Para Belgrano el “…rey (portugués) Don Juan era sumamente pacífico y enemigo de conquista…”.

Los crecientes rumores de la conspiración con los portugueses obligaron a acelerar los tiempos. El 9 de julio se declaró solemnemente la Independencia. Pero… lo votado ese día sólo se refería a España, por lo que la agitación política se acentuó ante la fundada presunción de que había un arreglo con los portugueses.

Recién diez días más tarde, en la sesión secreta del ’19, se agregó que la emancipación se declaraba respecto a “toda otra dominación extranjera”. Medrano tuvo que reconocer “que de este modo se sofocaría el rumor esparcido por ciertos hombres malignos, de que el director, Belgrano y algunos individuos del Soberano Congreso, alimentaban ideas de entregar el país a los portugueses”.

 Los acuerdos con Río siguieron adelante -el 7 de julio de 1816 las tropas portuguesas habían ingresado al territorio de la Banda Oriental. El 1º de agosto, el Congreso emitió un Manifiesto que define claramente los objetivos del partido directorial: “…el estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución (…) Decreto: fin a la revolución, principio al orden…”.

Balance

El propósito conservador y antinacional del Congreso fue indudable. Este juicio histórico pone en cuestión las verdaderas circunstancias en las que fue gestada esta “nueva y gloriosa nación”.

1. Ver “Las Provincias Unidas, antes del Congreso”, de los mismos autores, en P.O. N° 1.416.
2. “Convocatoria al Congreso”, artículo XI, Archivo de la Nación.
3. Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano…, vol. VII, Biblioteca del Suboficial, Buenos Aires, 1940.

Christian Rath y Andrés Roldán


http://www.po.org.ar/prensaObrera/1416/aniversarios/las-provincias-unidas-antes-del-congreso
http://www.po.org.ar/prensaObrera/1417/aniversarios/la-independencia-para-poner-fin-a-la-revolucion