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viernes, 10 de abril de 2015

La Comuna de París: la primera revolución del proletariado

La Comuna de París de 1871 fue sin dudas uno de los mayores acontecimientos revolucionarios de la historia. Por primera vez el proletariado se sublevó y fue capaz de derrocar el poder establecido, formar sus propios órganos de gobierno y reemplazar al Estado monárquico, burgués y capitalista. Se declaró la ciudad de París independiente, libre y dueña de sí misma. Esto nunca lo perdonaron los burgueses-capitalistas, que vieron en la Comuna la posibilidad de perder todos sus privilegios económicos y sociales. Eso explica la fuerte represión y que gran parte del mundo lo viera como una simple revuelta de vagos y la chusma. A tal punto que este acontecimiento tan importante casi no lo nombran en los libros de Historia, solo es comentado como una anécdota de la guerra franco-prusiana que derrocó a Luis Napoleón III, que trajo la III República a Francia y unificó a Alemania.


En las elecciones celebradas el 10 de diciembre de 1848 en Francia, Carlos Luis Napoleón Bonaparte (sobrino del emperador Napoleón Bonaparte) ganaría por abrumadora mayoría. El 31 de mayo de 1850, la Asamblea vota una ley electoral que elimina el sufragio universal masculino y retorna al voto censitario, lo que elimina a tres millones de personas del electorado, entre las que están artesanos y obreros.
El 2 de diciembre de 1851 Bonaparte da un golpe de Estado. El 14 de enero de 1852 se promulga una nueva Constitución que refuerza los poderes del Ejecutivo, la duración de la presidencia sería de 10 años, reelegible y disminuye el poder del legislativo dividiéndolo en tres cámaras: Asamblea, Senado y Consejo de Estado. Finalmente, mediante un plebiscito celebrado en noviembre, Francia crea un Imperio, que se proclama solemnemente el 2 de diciembre de 1852. Se autoproclamará Emperador, Napoleón III. Hasta 1860 gobierna sin oposición, en parte, por el control policial y la censura de prensa, y en parte por la mejoría económica y triunfos en política exterior.
El 19 de julio de 1870 le declaró la guerra a la Prusia de Guillermo I y Otto von Bismarck, ante las intenciones de crear un Imperio Alemán y por la posible subida al trono de España de un rey germano. En la batalla de Sedán, el 2 de septiembre de 1870, fue capturado el emperador Napoleón III junto con su ejército de 100.000 hombres. Los diputados republicanos derrocaron el Imperio y proclamaron la República. Días después París quedó bajo el asedio del ejército enemigo. La escasez de comida, sumado al constante bombardeo prusiano, llevó a un descontento general.
En octubre de 1870 se empezaron a producir en París manifestaciones para seguir la guerra contra Prusia. En enero de 1871, Louis Adolphe Thiers, futuro jefe ejecutivo (más tarde presidente) de la Tercera República Francesa, buscó un armisticio que fue firmado el día 26 en el Palacio de Versalles. El canciller Otto von Bismarck exigió la cesión de las provincias de Alsacia y Lorena a Prusia, el pago de un rescate de 200 millones de francos, el desarme de los soldados que aseguraban la defensa de la capital y la posibilidad de entrar en París para hacer un desfile en honor a Guillermo I quien se proclamó emperador de Alemania en el Palacio de Versalles.
Por aquel tiempo más de 200.000 parisinos eran miembros armados de la Guardia Nacional, una milicia de ciudadanos dedicada al mantenimiento del orden público en tiempos de paz, pero que desde septiembre de 1870 se había expandido mucho (de 60 a 254 batallones) para ayudar a defender la ciudad. Poseían algunos cañones y ametralladoras que habían sido fabricados en París y pagados por suscripción pública. La ciudad y su Guardia Nacional habían resistido el ataque de las tropas prusianas durante meses, por lo que la población de París consideraba una ofensa, una traición y una humillación tanto la rendición como la ocupación.
En la víspera, el 28 de febrero, el comité de la Guardia Nacional mandó pegar en todo París el Cartel negro, con bordeado negro en señal de luto recomendando a los parisinos que no salieran de sus casas y evitaran todo altercado o manifestación. La Guardia Nacional, ayudada por civiles, puso a salvo de los prusianos 400 cañones y ametralladoras, almacenándolos en distritos seguros situados en las colinas de Montmartre y Belleville, en los límites de la ciudad. El 1 de marzo el ejército prusiano desfiló en una ciudad desierta abandonándola el mismo día y sin ningún incidente.
Las primeras medidas impulsadas por Thiers y aprobadas por la nueva Asamblea confirmaron las inquietudes de la población, acordando las medidas impopulares durante la II República en 1848: el 10 de marzo suprime la moratoria sobre letras de pago, alquileres y deudas que han de pagarse casi inmediatamente, lo que aboca en París a 300.000 obreros, pequeños talleres y tiendas a la quiebra. Suprime el salario de los guardias nacionales, dejando a miles de familias sin recursos. El general Joseph Vinoy, recién nombrado comandante jefe del ejército en París, prohíbe seis periódicos republicanos y manda condenar a muerte en ausencia a Gustave Flourens y Auguste Blanqui por su participación en la revuelta de octubre de 1870.

El 18 de marzo: se inicia el gobierno de la Comuna

En la madrugada del 18 de marzo Thiers ordenó a sus tropas recuperar el armamento. El plan era ocupar los puntos estratégicos de la ciudad, capturar las armas y arrestar a los revolucionarios conocidos. Al principio, París estaba dormido. Pero pronto las mujeres despertaron, comenzaron a enfrentarse a los soldados y dar aviso a los residentes. Las tropas regulares se vieron pronto superadas en número. Los sucesos dieron un giro serio en Montmartre cuando el general, Claude Martin Lecomte, ordena disparar a la muchedumbre desarmada y en vez de eso es arrestado por sus propios soldados. En contra de la opinión de los miembros del comité del distrito, Claude Martin Lecomte fue fusilado junto con el general Clément Thomas. Por la tarde Thiers decidió abandonar la capital, dictó la orden de la evacuación del ejército a Versalles. La retirada del ejército fue tan caótica y tan apresurada que varios regimientos fueron olvidados en París (unos 20.000 soldados). Los oficiales fueron tomados prisioneros, mientras que unos 1.500 hombres dejados atrás sin órdenes se sentaron a esperar el periodo de la Comuna. El gobierno había abandonado la ciudad.
El 26 de marzo se realizan elecciones libres en la ciudad, se eligieron 92 miembros del Consejo Comunal con un promedio de edad de 38 años. Incluían obreros, artesanos, pequeños comerciantes, trabajadores del cobre, carpinteros, decoradores, libreros, profesionales y un gran número de políticos. Abarcaban todas las tendencias, desde socialistas, anarquistas (tanto de Proudhon como de Bakunin), marxistas, jacobinos, blanquistas e independientes. Louis Auguste Blanqui fue elegido para presidir el consejo pero nunca desempeñó su cargo ya que estuvo preso durante todo el tiempo que existió de la Comuna.
Los elegidos para representar al pueblo iban a actuar como delegados, no como miembros del parlamento. Aquellos que habían sido elegidos por el pueblo estaban sujetos a la revocación de su cargo por parte del pueblo y era una obligación de los elegidos permanecer en constante contacto con las fuentes de soberanía popular.
A pesar de las diferencias internas, el Consejo tuvo un buen comienzo al mantener los servicios públicos esenciales para la ciudad con la creación de correos y de un sistema sanitario, que garantizara la salud del pueblo y de las tropas de la Guardia Nacional en lucha. La obra de la Comuna fue amplia, teniendo en cuenta lo poco que duró su gobierno, estuvo fundamentalmente orientada a recomponer derechos sociales reclamados durante años por la comunidad.
Durante casi tres meses pudo implementar una serie de decretos como: todos los miembros del gobierno tendrían un sueldo similar a un obrero teniendo prohibido la acumulación y aprovechamiento propio de sus cargos. Disolver al Ejército regular sustituyéndolo por la Guardia Nacional democrática; la concesión de pensiones para las viudas de los miembros de la Guardia Nacional muertos en servicio, así también como para sus hijos. La devolución gratuita de todas las herramientas de los trabajadores, a través de las casas de empeño estatales; se pospusieron las obligaciones de deudas y se abolieron los intereses en las deudas; se crearon guarderías para cuidar a los hijos de las trabajadoras; se prohibió el trabajo nocturno; las fábricas abandonadas por sus dueños fueron entregadas a los trabajadores por medio de cooperativas autogestionadas. Se separó a la iglesia del Estado; todas las propiedades de la Iglesia pasaron a ser propiedad estatal; se les permitió a las iglesias seguir con su actividad religiosa sólo si mantenían sus puertas abiertas al público por la tarde para que se realizasen reuniones políticas.
La educación pasó a ser laica, gratuita y obligatoria; los programas de estudios pasaban a ser realizados por los propios profesores, los cuales garantizaban el carácter científico de las disciplinas; se creó una Formación Profesional en donde los obreros daban gratis las prácticas a los alumnos; también se destacó la Asociación Republicana de Escuelas con el propósito de crear en las universidades un estímulo basado en el conocimiento científico. Se dio una atención especial de la educación a la mujer, que habían sido olvidadas hasta entonces; se crearon escuelas para mujeres; se formó una comisión especial, para supervisar el establecimiento de escuelas para chicas.
En el mundo del arte y cultura aparecen gran cantidad de asociaciones para la promoción del teatro y las bibliotecas. Se adoptó el Calendario de la I República Francesa; la bandera tricolor fue remplazada por la bandera roja como un símbolo de todas las fuerzas comuneras; se quemó públicamente la guillotina; se derrumbó la columna de Vendôme y se demolió la residencia de Louis Adolphe Thiers por considerarlo un traidor.
Una de las principales característica de la Comuna fue la Libertad. De ésta se podían beneficiar todos, incluso los partidarios del gobierno de Versalles; había libertad de prensa, de reunión y asociación; los prisioneros tenían todos sus derechos garantizados, incluso el castigo era fuerte para los casos de detenciones injustas. La libertad de asociación hizo aparecer a muchos grupos de todas las ideologías, las cuales se podían expresar libremente.

Resistencia y contrarrevolución

Esta libertad hizo que los reaccionarios se movieran libremente por la ciudad, provocando muchas veces actos de sabotaje. Solamente al final, cuando la situación se hizo difícil, se empezó a detener a los saboteadores y todo aquel que se resistiera por la fuerza, aún así durante toda la Comuna no murieron más de cien personas a manos de la misma (saboteadores, espías y un obispo).
Thiers y sus ministros de Versalles no tenían ninguna duda de que la Comuna de París era una declaración de cambio social que debía ser aplastado. La existencia de la Comuna enloqueció a la burguesía europea. El 29 de marzo el London Times describió la revolución como “predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del Trabajo sobre el Capital”. Ante las amenazas de Bismarck con emplear al ejército prusiano si Thiers no se daba prisa con una represión a la Comuna, el zar de Rusia Alejandro II presionó al gobierno alemán para que no estorbe porque consideraba que el gobierno de Versalles era "una salvaguarda para Francia y Europa". 
Thiers pacta con Bismark la devolución de prisioneros de guerra para fortalecer el ejército francés y poder realizar la represión. La financiación del ejército salió del Banco privado de Francia con sede en París, ya que los comuneros ingenuamente no lo expropiaron, por querer respetar la propiedad privada burguesa.
Desde el 2 de abril las fuerzas del gobierno de Thiers bombardean constantemente la ciudad. La ventaja del gobierno era tal que desde mediados de abril negaron la posibilidad de negociaciones.
La Comuna se iba fortificando trabajosamente. Pero el domingo 21 de mayo, las fuerzas de Thiers entraron en París. Un ejército de 180.000 hombres ocupó rápidamente dos distritos burgueses del sudeste de la ciudad. La población respondió heroicamente, hombres, mujeres y refugiados políticos. Pero todo fue en vano, las tropas oficiales estaban mejor organizadas y contaban con un mejor armamento. Para la mañana del 22 de mayo el tercio oeste de París estaba en manos de Thiers, después de una ardua lucha se habían rendido 1.500 Guardias Nacionales.
Se levantaron barricadas en el centro de París: más de 160 en el primer día, más de 600 en total. La mayoría eran de 2 metros de alto y estaban construidas con piedras de pavimento sacadas de las calles con parrillas de metal, un cañón o una ametralladora y una Bandera Roja ondeando en lo alto. Otras eran simplemente obstrucciones de la calle con carretas cruzadas, ladrillos, bolsas de arena o cualquier cosa.
El martes en la Plaza Blanche un batallón de 120 mujeres, guiadas por la anarquista Louise Michel, levantó la legendaria barricada que defenderían vigorosamente hasta ser masacradas después de su caída. Una de las últimas luchas tuvo lugar en el cementerio Pere-Lachise donde unos 200 Guardias Nacionales habían fallado en establecer un sistema de defensa adecuado. El ejército abrió la puerta y hubo un duro mano a mano alrededor de las tumbas. Aquellos que no murieron en la lucha fueron alineados y fusilados. La última barricada, construida en un cuarto de hora, estaba defendida por un sólo hombre. Disparó su último cartucho y murió como todos, fusilado. Para el domingo 28 de mayo, la Comuna había desaparecido.
La batalla había terminado, los fusilamientos no. Cualquiera que había estado conectado con la Comuna de alguna forma fue fusilado en lo que ahora se llama “El Muro de los Comuneros” en el Cementerio de Père-Lachaise. Murieron más personas durante la última semana de mayo que durante todas las batallas de la guerra franco-prusiana, y que ninguna masacre anterior de la historia francesa, es por eso que a esa semana se la llamó la Semana Sangrienta. No hay cifras exactas pero entre 20.000 y 50.000 parisinos murieron en esos días.
Hubo alrededor de 50.000 arrestados, entre ellos la anarquista Louise Michel. En su juicio pidió ser fusilada diciendo: “Parece que cada corazón que late por la libertad sólo tiene derecho al plomo, pido mi parte”. En vez de eso fue deportada a Nueva Caledonia, colonia francesa cerca de las costas de Australia junto con otros 4.500 prisioneros.
Muy pocos comuneros lograron escapar como Eugène Pottiers refugiándose en Inglaterra y Estados Unidos. Durante los días de lucha en defensa de la Comuna, escribió la obra Cantos Revolucionarios, de la cual se tomó el texto de La Internacional, para crear el himno oficial de los trabajadores del mundo y de la mayoría de los partidos socialistas y comunistas.
Comunistas, anarquistas y simpatizantes de izquierdas como Marx, Engels, Bakunin, Kropotkin, Lenin y Trotsky intentaron sacar lecciones teóricas y han visto a la Comuna como un modelo o como una base para la clase obrera, demostrando que el proletariado podía tomar el poder para crear una sociedad más justa, igualitaria y fraternal.
Texto de Karl Marx recomendado:“La Guerra Civil en Francia” (1871)
Película recomendada: La Comuna de París (Peter Watkins)

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El Manifiesto, los comunistas y la revolución

Marx y Engels, dos revolucionarios
El Manifiesto no es solo una gran obra literaria sino un documento teórico, programático y estratégico con el que Marx y Engels se proponían contribuir a armar a la clase obrera que, por aquella época comenzaba a mostrar su ímpetu revolucionario. Para ambos no se trataba solamente de entender la realidad sino también de transformarla de forma revolucionaria.
Cuando escribieron el Manifiesto, MyE tenían respectivamente 29 y 27 años y estaban exiliados en Bélgica. Dirigían una organización internacional: “La Liga de los Comunistas”. El Manifiesto fue una resolución encomendada por la Liga a los dos jóvenes revolucionarios. Por eso se llama “Manifiesto del Partido Comunista”.
A fines de 1847, Europa atravesaba una profunda crisis económica que trajo tremendas privaciones y sufrimientos a los trabajadores y campesinos. La situación era insostenible, parecía que todo iba explotar. El temor al “comunismo” era patente entre las clases dominantes. Cuando el Manifiesto dice “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”, era una realidad.
Tres días después de su publicación, los obreros de París levantaron barricadas en toda la ciudad, provocando la caída del reinado de la aristocracia financiera de Luis Felipe de Orleáns y la proclamación de la Segunda República. En las semanas siguientes la revolución se extendió por Europa. Los gobiernos reaccionarios eran obligados a dimitir o eran jaqueados por las movilizaciones popular.
El Manifiesto, no llegó a influenciar los acontecimientos pero anticipó y explicó la nueva época histórica. El proletariado francés, a pesar de su derrota, mostró por primera vez la irrupción de la clase obrera como sujeto revolucionario. MyE intervinieron directamente en estos procesos en territorio alemán siendo perseguidos por el Estado. Marx fue expulsado de Prusia. Engels será dirigente de una de las milicias que lucharon hasta el final en la región del Palatinado.
El comunismo: movimiento real y programa
El comunismo no es sólo una idea sino un “movimiento real” que se expresa en la lucha constante de la clase trabajadora por liberarse de la imposición del trabajo. Desde “robarle” minutos al patrón y a la máquina, desde las luchas históricas por la reducción de la jornada laboral o el control obrero hasta los grandes procesos revolucionarios donde la clase obrera lucha por el poder.
El comunismo también es un programa, un objetivo a conquistar: una sociedad sin clases sociales, sin Estado, sin explotación y sin opresión.
Tiene bases materiales profundas en el desarrollo de las fuerzas productivas (maquinarias, organización del trabajo, destreza de los obreros, etc.) bajo el capitalismo. A condición de poner los enormes avances de la ciencia y de la técnica al servicio de las necesidades sociales y no de la ganancia. De esta forma será posible disminuir el tiempo que cada individuo dedica al trabajo y que las personas puedan dedicar sus energías al ocio creativo (la ciencia, el arte y la cultura) y desplegar así todas las capacidades humanas.
El comunismo es entonces dos cosas: un “movimiento real” que se desarrolla “a la vista de todos”, y un objetivo, el de una nueva sociedad comunista conformada por productores libres asociados.
Pero el antagonismo que se expresa en la lucha de la clase trabajadora por liberarse del trabajo como imposición no lleva automáticamente a la conquista del comunismo. Para ello es necesaria una organización política con la estrategia consciente de la revolución social. Un partido revolucionario que luche por el poder de los trabajadores como condición para avanzar hacia el comunismo. Por eso MyE no se dedicaron a la militancia en general sino a la militancia revolucionaria.
En el siglo XX el papel de la vanguardia comunista será aún más importante. El surgimiento del imperialismo como nueva etapa del capitalismo dio nuevas bases materiales para los sectores conciliadores con la burguesía dentro del movimiento obrero. Surgió una “aristocracia obrera” en los países que oprimían a otras naciones y se desarrolló extendidamente una burocracia. Lenin, dirigente de la Revolución Rusa de 1917, desarrolló esta cuestión planteando la necesidad de conformar partidos revolucionarios de la clase obrera, independientes política y organizativamente de aquellas corrientes reformistas y también de las “centristas” que oscilan entre los reformistas y los revolucionarios.


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“La revolución ha muerto. ¡Viva la revolución!”: lecciones de 1848 en Francia


En febrero París se llenó de barricadas levantadas por los obreros. Los combates en las calles y la movilización popular provocaron la caída de Luis Felipe de Orleans, el nombre propio del gobierno de la aristocracia financiera. Marx dice en La lucha de clases en Francia que “fue la hermosa revolución”, contraponiéndola a la de Junio del mismo año. La revolución de febrero echó de las calles al Ejército de París, y la burguesía se vio obligada, por la amenaza del proletariado en armas, a proclamar la Segunda República. Pero, aunque el proletariado pone el cuerpo en las calles, todos los puestos dirigentes y las ventajas quedan en manos de la burguesía, aunque tienen que hacer algunas concesiones, que serían rápidamente arrancadas: los obreros conquistan la libertad de prensa, de asociación política, el sufragio universal, leyes de protección al trabajo, la limitación del trabajo de mujeres y niños, derechos sindicales y de huelga, la abolición de la esclavitud en territorios coloniales, el ingreso de sectores obreros a la Guardia Nacional que había reemplazado al ejército y la conformación de los llamados “talleres nacionales”, encargados de brindar trabajo a los miles de desocupados, una de las principales demandas obreras. La astuta burguesía va a aumentar los impuestos a los campesinos para pagar su enorme deuda con los bancos privados, bajo el engaño de recaudar dinero para sostener a los talleres, lo que va a separar a los obreros de sus principales aliados, el campesinado francés, dejándola poco a poco social y políticamente aislada. Luego, desmantelaría los talleres obligando a los obreros a enrolarse en el ejército.
La “república social”, principal aspiración del proletariado que la burguesía se vio obligada a proclamar, resultó ser, para los obreros de París, una concesión que no duraría mucho tiempo. La ilusión de que conquistando la “igualdad política” con la república conquistaban la igualdad social, se expresaba en dos demandas que iban de la mano en los levantamientos de febrero: república social y derecho al trabajo; y se derrumbó en junio junto con las últimas barricadas que cayeron enfrentando –en la primer aparición de la forma clásica de la lucha de clases en el capitalismo- a la burguesía republicana. La república social, que en febrero solo existía de palabra, se convirtió en junio en un hecho, que para el proletariado significó la república burguesa en su máxima expresión: los capitalistas disparando contra sus obreros en las calles. Con la derrota de junio -“la revolución fea”, siguiendo la analogía de Marx-, los obreros comprendieron, al grito en las barricadas de “¡dictadura del proletariado!”: que en un futuro buscarían ser ellos, la mayoría, los que impusieran las condiciones a la burguesía, una clase minoritaria en la sociedad.


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La herencia de la Comuna revive en el surgimiento de la democracia de los sóviets


Habían pasado más de treinta años desde que los trabajadores franceses combatieran heroicamente en defensa de La Comuna. La clase obrera ya no era la misma, había aumentado enormemente su poder social y su capacidad organizativa. Sin embargo, la memoria de la revolución se había hecho difusa y crecían las expectativas en un avance evolutivo hacia el socialismo. Pero no era un siglo de “evolución pacífica” el que comenzaba, sino al contrario, uno de grandes convulsiones. La antesala ocurrió en Rusia en el año 1905.
Rusia seguía gobernada por una monarquía absolutista: el zarismo. La mayor parte de la población era campesina y continuaba viviendo y produciendo como en la Edad Media. Sin embargo, producto de la exportación de capitales financieros de los países imperialistas europeos, importantes ciudades rusas se industrializaron en un breve período de tiempo, dando nacimiento a una joven y concentrada clase obrera que hacía su debut en sucesivas huelgas que desestabilizaban al zarismo. El gobierno quiso frenarlas en el intento de generar un clima de unidad nacional, buscando una pequeña victoria militar. Por lo que el 9 de febrero de 1904, Rusia le declara la guerra a Japón. En pocos meses esta monarquía demostrará su inutilidad, en el único terreno donde aún conservaba algún prestigio, perdiendo la guerra.
Así llegó 1905, los primeros días de enero se desató la huelga en San Petersburgo y el 9 se movilizaron más de 200 mil obreros, para reclamarle al zar Nicolás Romanov libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, jornada de ocho horas, salario normal, cesión progresiva de las tierras al pueblo y una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. La respuesta del zar fue disparar a mansalva contra los manifestantes: los muertos fueron cientos, y miles los heridos. Ese día pasó a la historia como el “Domingo Sangriento”. Sin embargo, no terminó allí, los meses siguientes serían muy convulsivos y en octubre comienza un nuevo proceso de huelgas que se extenderá rápidamente. La huelga va tomando un carácter cada vez más político, conmoviendo la opinión pública de toda Europa y también la de los socialistas europeos que menospreciaban los métodos de la huelga general.
Al calor de esta huelga general, la clase obrera necesitó una organización que agrupara a las masas y en donde confluyeran todas las corrientes del proletariado. Así, el 13 de octubre, nació el primer Soviet (consejo) de Diputados Obreros. Nadie había propuesto hasta ese momento una forma de organización más democrática. Se elegía un delegado cada quinientos obreros y su mandato era revocable. El Soviet comenzó a asumir funciones de gobierno, como poner en práctica la libertad de prensa y organizar patrullas que protegieran a la población; tomó el control de correos, telégrafos, ferrocarriles e intentó establecer la jornada de ocho horas. No era sólo una herramienta adecuada para la lucha de la clase obrera contra la burguesía y el zarismo, sino que además demostraba tener una gran potencialidad como base para un nuevo tipo de Estado, es decir, para un Estado Obrero.
En diciembre arrestan a los miembros del Soviet de San Petersburgo, entre ellos a León Trotsky, que recientemente había asumido su presidencia. El Soviet de Moscú llama a la huelga general intentando transformarla en una insurrección armada. En las calles de la ciudad se lleva adelante una heroica batalla pero los trabajadores fueron derrotados después de haber mantenido a raya a la guarnición local durante diez días. Lenin decía que para poder triunfar una insurrección debe apoyarse en la clase más avanzada, estar respaldada por el ascenso del pueblo revolucionario, y que coincidan, en el mismo momento, la mayor actividad de la vanguardia del pueblo y la mayor vacilación de los enemigos y los amigos a medias. Dadas estas condiciones, es indispensable que la clase obrera cuente con un partido revolucionario con la suficiente organización, experiencia e influencia, para lograr el triunfo a través de una estrategia para la toma del poder.
En 1905, el movimiento no pudo lograr la coincidencia de todas estas condiciones, como sí lo pudo hacer en 1917. Sin embargo, la revolución rusa del ’05 se transformaba en el gran ensayo general del proletariado revolucionario que inspiraría al ala izquierda de la Segunda Internacional.

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El Manifiesto Comunista y el gobierno de los trabajadores


Queremos sintetizar algunas de las discusiones más importantes que surgen entre los compañeros que ya empezaron, y darle continuidad en una nueva serie de artículos. El primero de ellos fue Marx ha vuelto.
Marx y Engels, ya en el Manifiesto Comunista, definían que “la primera etapa de la revolución obrera es la constitución del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia”. En este artículo queremos discutir qué significan estas palabras y qué forma concreta toma esta idea.
Para eso es necesario volver a las lecciones de los principales acontecimientos de la lucha de clases por la época en que Marx y Engels escribieron el Manifiesto. Es publicado en 1848, cuando un estallido revolucionario en toda Europa pone en jaque a los gobiernos reaccionarios, apoyados en una monarquía que no era más que un cadáver político. Queremos analizar acá en qué medida esa primer idea que expresaron de poder obrero, podía asimilarse al “movimiento real” de los trabajadores y cómo este movimiento real, permite a Marx y Engels ajustar y dar mayor precisión a su idea de dictadura del proletariado. Como puede verse en la serie “Marx ha vuelto”: “Una dictadura sí, sobre la burguesía y sobre su sistema de propiedad. Pero la más amplia democracia para el proletariado, un medio para que el Estado mismo acabe por desaparecer”
Estos levantamientos y revoluciones incluyeron las jornadas de febrero y junio de 1848 en Francia, el ascenso revolucionario que comienza en marzo en Alemania y se extiende rápidamente a Austria-Hungría, y revoluciones en Italia y España: toda Europa se había levantado.
En Francia la “república social” era la principal aspiración del proletariado. La burguesía se vio obligada a proclamarla pero resultó ser, para los obreros de París, una concesión que no duraría mucho tiempo. La ilusión de que conquistando la “igualdad política” con la república, conquistaban la igualdad social se expresaba en dos demandas que iban de la mano en los levantamientos de febrero: república social y derecho al trabajo, y se derrumbó en junio junto con las últimas barricadas que cayeron enfrentando –en la primer aparición de la forma clásica de la lucha de clases en el capitalismo- a la burguesía republicana. La “república social” que en febrero solo existía de palabra se convirtió en junio en un hecho, que para el proletariado significó la república burguesa en su máxima expresión: los capitalistas disparando contra sus obreros en las calles. Con la derrota de junio los obreros comprendieron al grito en las barricadas de “¡dictadura del proletariado!”: que en un futuro buscarían ser ellos, la mayoría, los que impusieran las condiciones a la burguesía, una clase minoritaria en la sociedad.
Marx y Engels, que intervinieron directamente en el proceso revolucionario en Alemania. De este proceso internacional, y centralmente de Francia, sacaron importantes conclusiones que pusieron en común con la Liga Comunista (la organización a la cual pertenecían). Se preparaban para una segunda etapa de ascenso revolucionario. Esto finalmente no pasó y sobrevino un periodo de crecimiento capitalista que, más allá de crisis parciales, recién comenzó a entrar en crisis a principios de 1870.
Las revoluciones de 1848 fueron una evolución acelerada en el marco de un proceso de luchas de carácter democrático y nacional que se comenzaban a confundir con los primeros embates de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. En el Manifiesto comunista, Marx y Engels afirmaban que “el proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas”.
Sin embargo, al calor de este “movimiento real”, de estos primeros enfrentamientos en las calles entre burgueses y proletarios, Marx y Engels sacan la conclusión de que sólo destruyendo el aparato del Estado burgués, y poniendo en pie su propio poder es que el proletariado puede convertirse en clase dominante y expropiar los medios de producción, en manos de la burguesía, para reconstruir económica y socialmente su propio régimen basado en la propiedad nacionalizada de los medios de producción. Así, el concepto de la dictadura del proletariado entra en el marxismo de la mano del los combates de los obreros y obreras parisinos en 1848.
Marx, sacando las primeras conclusiones de la revolución de febrero, había planteado en 1852 “que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado” y que “esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases”. Sin embargo, será la gran experiencia histórica de la Comuna de París de 1871, donde el proletariado dispuso por primera vez del poder político, la que aportaría una prueba de cómo “la clase trabajadora no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado tal como está, y ponerla en movimiento para sus propios fines”. Marx y Engels van incorporando estas lecciones en los prólogos a las diferentes ediciones del Manifiesto, que fueron fundamentales para las tareas programáticas de la Primera Internacional.

La Comuna de París, la “forma política al fin descubierta”: La dictadura del proletariado.

La historia no había respondido aún la pregunta sobre las características del poder obrero. Con la Comuna se da la primera experiencia en la que a través de una insurrección obrera los trabajadores se hacen del poder del Estado e inician su reconstrucción, al nivel de una ciudad. Es la forma embrionaria de un Estado obrero, que tendría su forma acabada en Rusia, luego de la toma del poder por parte de los bolcheviques apoyados en los soviets en 1917.
Con la Comuna de París, la clase obrera “organizada como clase dominante” no sólo destruye el aparato del Estado burgués, en primer lugar, el ejército y las fuerzas represivas con las que la burguesía garantiza su dominación, sino que empieza a dar forma a su propio Estado. La democracia obrera tenía dos pilares fundamentales: el pueblo en armas que la sostenía y su sistema de elección de representantes de forma directa, responsables ante sus electores, todos ellos revocables y con salarios iguales a los de un obrero calificado. Una democracia que estaba (y sigue estando al día de hoy) a años luz del régimen de democracia burguesa donde sus “representantes” sólo se votan cada 4 o 6 años, viven como una elite separada del pueblo y completamente enriquecida y resulta inconcebible que los “votantes” puedan separarlos de sus cargos en caso de que no cumplan alguna de sus tantas promesas electorales. Es una democracia preparada para sostener un régimen en el que, una minoría que tiene el poder económico, es la que domina a través del Estado y sus instituciones a la gran mayoría de la población. Hoy siguen siendo tan actuales sus lecciones, que la consigna de “que todo diputado cobre como una maestra” que levantamos desde el Frente de Izquierda, tiene sus orígenes en esta gesta histórica de la clase obrera.
La Comuna, como amplía esta nota ante su reciente 144° aniversario, consolida un método de organización de democracia directa que ya se venía gestando en la lucha del proletariado y alcanzaría como vimos, en estos más de dos meses de poder obrero, una experiencia inédita.
Una vez derrotada la Comuna de París, pasarían 35 años para que surja otra experiencia revolucionaria, la primera revolución rusa de 1905, incluso superior con el surgimiento de los soviets, consejos obreros, que años después, con el triunfo de la revolución de 1917, se transformarán en la base del nuevo Estado obrero. El marxismo aporta a que la experiencia del proletariado no se pierda; y eso se demostraba en que la nueva forma inspirada en la Comuna era tomada por el proletariado y por las lecciones que habían sacado los revolucionarios de la Comuna.
En tal sentido, una de las enseñanzas que el marxismo ruso sacaría de la Comuna de París era que había faltado un partido revolucionario que dirigiera y pudiera resistir esa primera experiencia de gobierno obrero.

La cuestión del partido revolucionario

Sobre la cuestión del “partido de los comunistas”, Marx y Engels dejaron enseñanzas en su famoso Manifiesto que resultan fundamentales: el carácter efímero de toda lucha económica y como cada lucha de clases encierra potencialmente el problema del poder, dado que sigue habiendo una clase que lo detenta (la burguesía) y una gran mayoría que lo sufre y es oprimida (el proletariado).
Pero, como señalábamos en un artículo anterior, ese antagonismo que se expresa en la lucha de la clase trabajadora por liberarse del trabajo como imposición no lleva automáticamente a la conquista del comunismo. Para ello es necesaria una organización política con la estrategia consciente de la revolución social. Un partido revolucionario que luche por el poder de los trabajadores como condición para avanzar hacia el comunismo. Por eso Marx y Engels no se dedicaron a la militancia en general sino a la militancia revolucionaria.
En el siglo XX el papel de la vanguardia comunista será aún más importante. El surgimiento del imperialismo como nueva etapa del capitalismo dio nuevas bases materiales para los sectores conciliadores con la burguesía dentro del movimiento obrero. Surgió una “aristocracia obrera” en los países que oprimían a otras naciones y se desarrolló extendidamente una burocracia. Lenin, dirigente de la Revolución Rusa de 1917, desarrolló esta cuestión planteando la necesidad de conformar partidos revolucionarios de la clase obrera, independientes política y organizativamente de aquellas corrientes reformistas y también de las “centristas” que oscilan entre los reformistas y los revolucionarios.

http://www.laizquierdadiario.com/El-Manifiesto-Comunista-y-el-Gobierno-de-los-trabajadores